DAVID EUCARISTÍA: ¿Hay vida para mí después de esta vida? ¡Sí!, la Eucaristía es tu Verdadera Vida ahora y por siempre en la eternidad

¿Hay vida para mí después de esta vida? ¡Sí!, la Eucaristía es tu Verdadera Vida ahora y por siempre en la eternidad




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Nuestra meta definitiva no es el Cielo, sino que es Dios. El Cielo es un estado de unidad con Dios, que es precisamente el que alcanzan las almas que han alcanzado su unidad máxima con Dios. Pero Dios no está únicamente en el Cielo sino también en la Eucaristía. Cielo y Eucaristía no son distintos sino dos planos diferentes de una misma Realidad: Dios. Así como en el Cielo todas las almas conviven en Dios, también en la Eucaristía rodean a Dios en distintos estratos, o en distintos grados de Comunión y cercanía, cada alma según los méritos alcanzados en su vida. Nosotros estamos y estaremos con Él donde Él está, como Él varias veces prometió  (Jn 12,26;14,3;17,24).

Por ello, las almas que se van, realmente no se van sino que se quedan con nosotros para siempre por Mediación de la Presencia Divina en la Eucaristía: «He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Si nosotros habitamos en Él (cf Jn 6,56), también estamos y estaremos con Él acompañando a la Iglesia en su caminar hasta el fin del mundo. Así que al comulgar a Jesucristo comulgamos también las almas de nuestros seres difuntos que se salvaron, muy especialmente las que ya llegaron al Cielo. En cuanto a las almas del Purgatorio todavía no están en comunión plena con Dios, pero sí hay ya cierto grado creciente de Comunión y también participan de su presencia en cierto grado, conforme a su nivel de purificación. Ante Dios (en la Eucaristía) todas las almas que se salvaron están vivas y muy presentes ante Él (cf Mt 22,32). Lo que se conserva en la tierra son restos físicos que nada tienen que ver ya con ellos, sus almas han sido separadas y ahora viven en otra parte; esas almas ahora son espíritus libres de la carne, bellos y resplandecientes en Dios, cada día más hermosos, hasta lograr ser como ángeles en el Cielo (cf Mt 22,30).

Esos seres difuntos que añoramos, en realidad no se fueron, sino que se quedaron con nosotros para siempre en la Eucaristía. Comúlgalas y lo comprobarás. Los únicos que se perdieron son los que se condenaron, porque no conocieron a tiempo el Seguro Refugio que los hubiera salvado. Pero las almas del Purgatorio y del Cielo sí podemos comulgarlas. Cuando tú comulgas almas del Purgatorio, recibiéndolas con todo tu amor y tu fe en la Hostia al comulgar, ellas son completamente bañadas en el Cuerpo y Sangre de Jesús, sus pecados quedan sanados y logran entrar directamente al Cielo; pues la Hostia que tú estás comulgando es la Puerta del Cielo, y al tú comulgarlas les abres esa Puerta por la que acceden y entran. Así lograrás liberar todas las almas que quieras. Si el alma está en el Purgatorio pero vivió en la tierra alejado de Dios y los sacramentos y se salvó en el último instante, necesitará una fuerte purificación, y probablemente no baste una sola Comunión sino que serán necesarias muchas (no porque una sola Comunión no baste, que basta, sino porque nuestra manera de comulgar es imperfecta y no lo sabemos aprovechar y tenemos que insistir muchas veces). Por lo general, lo mejor es comulgarlas en todas las Comuniones que podamos, insistiendo muchas veces como la viuda del Evangelio (Lc 18,1-8).



(*) NOTA. Sólo se pueden comulgar estas almas si se salvaron. Si aún están en el Purgatorio tú las traerás a la Eucaristía por tu fe y por la Gracia y Amor de Jesucristo. Si están en el Cielo ellas ya están con Jesucristo siempre acompañándole, así en la Eucaristía como en el Cielo. Si se condenaron, tu ofrecimiento será otorgado a otra alma del Purgatorio en su lugar (nada se perderá).



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