DAVID EUCARISTÍA: Siempre, al comulgar, no te olvides de las almas del Purgatorio: comúlgalas y recíbelas en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo

Siempre, al comulgar, no te olvides de las almas del Purgatorio: comúlgalas y recíbelas en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo




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Comúlgalas directamente en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo que estás comulgando. 

Cuando alguien, llevado de un acto de fe puro y de amor puro, trae un alma del Purgatorio a la Hostia que está comulgando y la comulga directamente en Ella, esa persona estará sacando a esa alma del Purgatorio en el acto, y será insertada en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que la redimirá, la sanará, la salvará, y ya nunca se volverá a separar de su Seno, sino que será insertada en el Cielo en unidad con Dios para toda la eternidad. Tú serás el «pescador» de almas para Dios, y ellas, las almas del Purgatorio, tus «peces», y tú las irás sacando una a una del Purgatorio por tu solo acto de amor y fe, unida a los méritos y poder del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, que ansía tenerlas consigo y liberarlas cuanto antes del Purgatorio. Y si alguna de esas almas, por alguna razón de Dios, aún no estuviera lista para entrar al Cielo y necesitara proseguir con su Purgatorio, el tú haberlas comulgado, les habrá ahorrado la mayor parte de sus penas, y si insistiendo con fe la vuelves a comulgar una y otra vez, incluso a las almas de lo más hondo del Purgatorio, acabarás por sacarlas completamente de allí para llevarlas al Cielo con Dios.

Sí, como has oído, comúlgalas directamente en tu Hostia, en y con Jesucristo, VIVAS y realmente presentes —en proporción a su purificación— en la Hostia con Jesucristo, porque al comulgarlas con esa fe (dando por realizado lo que pides: Mc 11,24) es que las estás redimiendo; ellas necesitan esa fe tuya y ese acto de amor supremo, y Dios lo acepta y te lo concederá y las terminará de traer a su Seno Interior destruyendo para siempre toda separación que aún tuvieran respecto de Él. Tú serás como Jesucristo ordenando al paralítico, «Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2,11), y ellas se levantarán y tomarán su camilla y andarán y entrarán en su Casa, la Eucaristía, su Verdadera Morada en la Eternidad. Aunque si bien puedes recibir a las almas del Purgatorio en general, siempre esa intercesión en la Comunión será más poderosa y efectiva si comulgas por su nombre a alguna alma que conociste en vida y que ella te conoce a ti, pues el lazo espiritual y la confianza mutua entre las dos será más intenso y eficaz. Piensa que la Hostia que estás comulgando es Dios y el Cielo. Cuando tú comulgas un alma del Purgatorio la traes directamente a la Hostia, es decir, ¡¡¡al Cielo!!!, tú mismo lo haces, de manera tan sencilla (¿increíble verdad?, pues así es Jesucristo, que curaba a los ciegos con un poco de barro y su sola fe, hay que ser como niños para alcanzar el Reino). Luego al tú comulgarla la sacas del Purgatorio, pues no puede entrar en Dios en la Hostia un alma si primero no sale del Purgatorio.

Jesucristo prometió que todas las almas estaremos con Él en la Eucaristía y en el Cielo, allí donde Él esté (Jn 6,56; 12,26; 14,3; 17,24): haz clic aquí si quieres saber más sobre esto. Todo cristiano desde que nace da comienzo a un camino de peregrinación eucarística, rumbo a su verdadera casa y su verdadera morada en la Eucaristía. Con el bautismo se inicia dicho Camino, y vamos avanzando con los actos de fe de toda nuestra vida, especialmente con la Comunión Eucarística. Esa unión no para de crecer, pero da un salto muy grande e importante cuando tras fallecer somos incorporados al Purgatorio. Allí nuestra unidad con Dios es tan perfecta como lo permite el estado de nuestra alma, según la madurez en la fe y el grado de purificación. Sin embargo, aún en el caso del alma aparentemente más indigna, si alcanzó el Purgatorio, su unión con Dios es inmensa, pero no total. Es cierto que ellas viven con gran ansia unirse con Dios ya del todo y definitivamente, y que eso les lleva a sumergirse y a desear toda clase de penitencias con el fin de lavarse y prepararse para entrar ya definitivamente al Banquete de Dios (la imagen clásica de las almas purgantes en llamas no son en realidad fruto de un castigo sino de un acto de misericordia inmensa que las almas ansían y aceptan voluntariamente). Pero, si bien todavía no están sentadas de pleno en el Banquete, ya están en la antesala del Banquete: lo miran, lo viven, lo oyen, lo anhelan. Se saben invitados, saben que pronto estarán allí perfectamente ataviados como los demás, su gozo interior en medio de sus penas es inmenso. Y, aunque esa incorporación tendrá aún cierta demora; en alma, mente y espíritu ya están totalmente sumergidos en el ambiente del Banquete, y son en espíritu una sola cosa con ellos. Se saben y viven ya como futuros Habitantes de la Eucaristía, de derecho pleno y en toda su inmensidad. ¿Qué importa que aún no hayan podido entrar a habitar de lleno su nueva Casa, si ya la han visto, la conocen, la tienen asignada, y pronto entrarán a habitarla, si en su poder ya tienen las llaves de su nueva Casa porque Dios se las dio? Sólo les falta dar el paso final. Y, ese paso final de entrar a habitarla, lo dan cuando tú las comulgas, porque entonces tú llegas y las traes, y te conviertes en el buen samaritano que les abre la Puerta definitivamente al Banquete, y ellas simplemente ENTRAN, siendo tú el buen samaritano que las lleva a su eterna Posada.

Hay personas que llevadas de prejuicios y desconocimiento creen que las almas del Purgatorio están totalmente separadas de Dios, y eso es falso, pues las únicas almas que están totalmente separadas de Dios son las almas de los condenados en el infierno. Ellas, las almas del Purgatorio, aún no han alcanzado la total y completa unidad con Dios en el Cielo y en la Eucaristía, claro, pero están en camino y en proceso de alcanzarlo y lo alcanzarán. Pensemos que ellas ya no están obstaculizadas en su relación con Dios por ninguna tentación ni distracción, están absolutamente y definitivamente centradas en Dios, en amarlo y adorarlo, rezando permanentemente todos sus completos días, en ayuno y penitencia permanente. ¿Qué alma de la tierra, por grande y santa que sea, hace eso? Ninguna. Por eso su unión con Dios, sin ser completa (la nuestra, la de las almas de la tierra, tampoco es completa), es muy superior a la de todos nosotros.

Visto esto, el alma que se apiada de ellas y las comulga realiza la más grande misericordia que es posible realizar por un alma purgante. Lo que el comulgar almas del Purgatorio significa y el efecto que tiene, es el de una Llamada Directa en nombre de Jesucristo a esas almas para que vengan y participen y se sumerjan en ese Cuerpo y esa Sangre que tú mismo estás comulgando. Ellas acuden al Baño de Amor de la Eucaristía para regenerarse. Es exactamente igual que si tú les estuvieras compartiendo tu Plato de la Eucaristía y ellas pudiesen comulgar, indirectamente, por medio tuyo, recibiendo tu misma Comida. Piensa que esas almas ya no pueden comulgar sacramentalmente, sino sólo por participación y ofrecimiento que les hace la Iglesia en cada Misa, y cada cristiano compasivo en su propia Comunión. De esto se trata. Y, precisamente, no hay alma en el mundo más necesitada de la Comunión que las almas del Purgatorio. Ahora ellas ven clarísimamente; todas sus preocupaciones y ocupaciones mundanas han desaparecido de su mente, y ahora ven y comprenden claramente que la Eucaristía era el Único Camino, el Único Puente, y la Única Pasarela hasta el Cielo. Y, no habiéndolo comprendido ni aprovechado debidamente mientras estuvieron en la tierra, ahora lo anhelan con una sed infinita que les quema, por no poder comulgar. Ellas ahora saben que una sola Comunión realizada rectamente y con toda la gracia y pureza que Dios quiere, tiene todo el Poder para llevarlas de inmediato a la plenitud del Cielo y de la Gloria Celestial. Y, cuando tú las comulgas, y les compartes tu Comunión (sí, tú en tu pequeñez e incapacidad, pero unido a la Fuerza y Poder de Jesús en la Eucaristía) ejecutas el Milagro de llevarlas al Cielo, de salvarlas, de limpiarlas, de lavarlas, de revestirlas, de alimentarlas, LLEVÁNDOLAS POR FIN A LOS BRAZOS DEL AMOR CON SU SEÑOR.

Nadie aquí en la tierra está capacitado para entender ni comprender, la grandeza del amor y la misericordia, de la obra de caridad infinita, que es comulgar con amor y fe a un alma del Purgatorio, traerla y hacerla presente en tu Eucaristía por medio de Jesucristo (el cual prometió que todos estaríamos con Él allí donde estuviera, y Él está en la Eucaristía). Porque, para empezar, no hay en el mundo almas más necesitadas de caridad, que las almas del Purgatorio, quienes sumergidas en sus propios pecados pasados, aún no han conseguido superarlos, y les atormentan las culpas y manchas que en sus vidas terrenales adquirieron, las cuales actúan como contrapesos en su ascensión al Cielo, no las dejan ascender, y las retienen sujetas al Purgatorio: ellas necesitan lavar esas manchas y, la única Agua capaz de lavar esas manchas, que quedaron como restos de sus pecados perdonados, es el Agua del Costado de Jesucristo, que mana y brota de la Sagrada Eucaristía. Cuando tú las traes a la Eucaristía la sacas del Purgatorio, y las traes directamente al Cielo, acercándolas a su Dios en la Eucaristía, que es lo que ellas más anhelan y lo que más necesitan. Su Felicidad es tan grande que si la vieras iluminaría toda tu vida de alegría.


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