DAVID EUCARISTÍA: Este es el Amor Verdadero: unirnos y comulgarnos unos a otros como Jesucristo mismo nos comulga a todos nosotros, y nosotros a Él, en la Eucaristía y Comunión

Este es el Amor Verdadero: unirnos y comulgarnos unos a otros como Jesucristo mismo nos comulga a todos nosotros, y nosotros a Él, en la Eucaristía y Comunión




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ESTE ES EL AMOR MÁS GRANDE QUE EXISTE Y QUE PODAMOS EXPERIMENTAR, no hay ninguno superior. Y, la única manera que tenemos de vivirlo y de realizarlo es a través del único Medio que Jesucristo mismo nos ha dado: LA EUCARISTÍA, LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA, ninguno más (no se dejen engañar por quien les diga que hay otra manera de amar, porque quien les diga eso contradice a Dios y al Amor que Dios mismo nos ha donado). Es amándonos y comulgándonos en la Eucaristía unos a otros, como Dios mismo nos ama y se une a nosotros, el como se realiza y se completa el Amor Divino, cumpliéndose de manera plena y eucarística los dos supremos mandamientos de Dios: amando a Dios y al prójimo como se debe (Mt 22,34-40).

El Verdadero Amor de Jesucristo ES LA EUCARISTÍA y ningún otro. Todos y muchos hablan de Jesucristo hasta la saciedad, se fijan en los detalles narrados en los Evangelios, discuten acerca de su interpretación, y cuanto más investigan en ello menos se ponen de acuerdo. ¿De qué les ha servido tanto investigar si solamente les ha conducido a la equivocación; si con tanto buscar y cuanto más buscan menos encuentran y más se extravían en la selva de su enredado conocimiento? ¿Para qué nos dejó Jesucristo la Eucaristía sino para que entrando en Ella y viviendo en Ella —algo a lo que nos invitó reiteradamente (Jn 12,26;14,3; 17,24)— recibiéramos su completo Conocimiento, pero uno que viene de Dios y que no es palabra de hombre, y con el cual saciaríamos completamente toda nuestra hambre y toda nuestra sed (Jn 6,35)? ¿Por qué mezclar su Amor tan Verdadero y Tierno en la Eucaristía, con teologías e interpretaciones que no vienen de Dios, y que solo satisfacen las vanidades del hombre? ¿Por qué tanto esforzarse en moldear y doblegar el Amor del Padre a sus conveniencias e intereses humanos, en lugar de ya y de una vez doblegar nosotros nuestra rebeldía a la Ternura de su Amor, el cual está definido completamente y para siempre en la Comunión, y el cual no necesita explicación? Sí, Él no necesita explicación de ninguno de nosotros, porque todas las explicaciones teológicas que muchos dan solo interponen cortinas y más cortinas entre los hombres y el Verdadero Amor del Padre. ¿Por qué en lugar de tantos esfuerzos por explicar lo que no se puede explicar y nadie ha conseguido jamás (nadie, ni aún los mayores santos, los cuales prefirieron callar ante tal Misterio) no nos dedicamos a enseñar a los hombres más bien a comulgar de verdad, a aprender a adentrarse en el Misterio mismo para que sea Dios mismo quien les enseñe, y en Persona, la Verdad? Ningún libro, ni millones de ellos, es capaz de enseñar a los hombres el Verdadero Amor de Dios, sino que es la Eucaristía la Verdadera Maestra de Amor, el Libro sobre todos los libros; y, los que van a su Escuela, aprenden a amar de verdad, como nadie les ha enseñado jamás. Solo LA EUCARISTÍA ES LA MAESTRA DEL AMOR DIVINO, nadie más, y todo el que quiera aprender a amar como Ella ama que acuda a Ella sin dudar. ¿Acaso no está escrito en el Libro de la Biblia que «a nadie llaméis maestro porque solo uno es vuestro Maestro» (Mt 23,10)? Entonces, ¿por qué ahora tantos quieren interponerse como maestros entre el alma y su Dios? ¿Y no es su Dios la Eucaristía? Pues dejen a las almas acudir a recibir la Verdadera Doctrina de su única y verdadera Maestra, la Eucaristía.


Si Jesucristo se guardó la Eucaristía para el final, ¿por qué será? Pues porque en la Eucaristía está resumida y condensada toda su Doctrina, toda su Espiritualidad, todo su Mensaje, toda su Alma y toda su Persona, todo lo que Él es. Se podría incluso decir que Jesucristo vino al mundo, con ese solo propósito, EL DE DEJARNOS LA EUCARISTÍA; y no nos equivocaríamos al afirmarlo, porque en la Eucaristía está condensada y realizada a perpetuidad toda la Obra de Redención de la Humanidad. Por tanto, en la Eucaristía está contenido todo el Amor de Dios, y todo el Amor de Dios está contenido en la Eucaristía, y no se necesita más. El amor a la Eucaristía nos obliga a ser Eucaristía, a imitar a la Eucaristía en su naturaleza y en su bondad infinita, a ser mansos y humildes, pacientes abnegados y bondadosos, sin perder nunca la esperanza, manteniendo la paz, la dulzura y la gracia: «Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11,29).

La Eucaristía es todo un Camino de transformación y de transfiguración del alma, para que el que lo sigue encuentre en Ella el modo de realizar lo que Jesús dijo: «Sed perfectos como vuestro Padre de los Cielos es perfecto» (Mt 5,48). Si nos hiciera falta algo más, si a Jesús se le hubiera olvidado algo que darnos cuando vino a la tierra, ya habría bajado otra vez a traérnoslo; pero si no lo ha hecho, es porque dejándonos la Eucaristía nos ha dejado todo cuanto necesitábamos para alcanzar y lograr todo cuanto Él nos había enseñado y pedido que hiciéramos.

En la Eucaristía está realizado y vive el Amor más perfecto de todos los tiempos, el de Dios mismo, y al comulgar nosotros nos sumergimos completamente en ese Amor y ese Amor fluye dentro de nosotros y, de dentro de nuestra alma, brota un Amor sobrenatural y desconocido que no procede de nosotros, una nueva forma de amar, una capacidad de amar ilimitada e infinita, que nos llena de ANSIAS de amar y de DESEO de amar. Ese Amor no es nuestro, no puede ser de nosotros, pues nosotros sabemos quienes somos, y nuestra alma aún no es tan buena como pensamos, aún en nosotros anidan muchas cosas malas; luego, ¿de dónde nos viene ese amor sino de Dios y por medio de la Comunión? En la Eucaristía se realiza el más perfecto AMOR que haya existido jamás, y así como nosotros comulgamos a Jesucristo, Jesucristo nos comulga a nosotros, porque la Comunión significa unión, y esa unión es recíproca. Y, cuando esa misma unión, a través de la Eucaristía, se proyecta y se vive además hacia todas las almas, ya no las amamos con nuestro amor mezquino, sino con el Amor Divino que brota del Sagrado Corazón de Jesús en la Eucaristía; y, entonces, algo sobrenatural y divino ocurre en nuestro interior, algo Nuevo surge, algo extraño y misterioso y sobrecogedor: y es que ya no estamos amando a las almas con nuestro amor, sino ¡con el Amor de Jesucristo! Ese es el Verdadero Amor, ese nada más, y ninguno más. En comparación con este, todos los demás amores, aún el más perfecto que podamos imaginar, es poco o nada.

Por tanto, el Mandamiento Divino que Jesús dio de amarnos unos a otros como Él nos amó, se realiza del todo y perfectamente, como de ninguna otra forma, y de manera insuperable, cuando lo vivimos así: AMÁNDONOS Y COMULGÁNDONOS UNOS A OTROS COMO JESUCRISTO MISMO NOS AMA Y NOS COMULGA A NOSOTROS, Y NOSOTROS A ÉL, EN LA EUCARISTÍA Y COMUNIÓN.
Jn 13,34: «Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; que como yo os he amado, así también os améis los unos a los otros.»



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