DAVID EUCARISTÍA: Yo, David Eucaristía, me parezco al hombre intrépido de la parábola: yo también he hallado el Tesoro que Jesús había escondido en la Eucaristía

Yo, David Eucaristía, me parezco al hombre intrépido de la parábola: yo también he hallado el Tesoro que Jesús había escondido en la Eucaristía




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Mt 11,25: «En aquella ocasión Jesús exclamó: "Yo te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado». Mt 21,42: «Jesús les dijo: "¿Nunca leísteis en las Escrituras: 'La piedra que desecharon los arquitectos ahora se ha convertido en la piedra angular; esto fue hecho de parte del Señor, y es maravilloso a nuestros ojos'?"». Is 55,8-9: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos». 
Muchas, muchas eran las almas que pasaban cada día por aquel camino y junto a aquel terreno donde yacía el Tesoro Escondido. Todas estaban muy seguras de que aquel terreno no valía mucho, que era uno más de tantos como había por aquella zona. Pero, la falsa seguridad en sí mismas les falló, porque llegó un humilde e intrépido buscador de tesoros, un hombre sacrificado y humilde, que buscó y buscó por muchos de los lugares de alrededor, hasta que finalmente tuvo la curiosidad de inspeccionar un poco mejor ese terreno. Cuando estaba a punto de desistir, sudoroso y fatigado, pensando en volver a casa con las manos vacías, y esperándose el reproche de su familia por continuar perdiendo el tiempo buscando tesoros; recogiendo sus herramientas comenzó a caminar de vuelta a casa desanimado, cuando por accidente tropezó con su bota en el terreno, lo cual hizo saltar una pequeña porción de tierra y, junto a ella, algo brillante: ¡UNA MONEDA DE ORO! Enseguida soltó todo y comenzó a cavar y cavar, y encontró más, y más, no tenía final. Se asustó, volvió a guardar todo y lo tapó de nuevo con la misma tierra que había retirado antes. Se fue a casa y estuvo pensando qué podía hacer, y se pasó así toda la noche sin dormir. Si contaba algo a alguien seguro que se anticiparían y le robarían el tesoro. Así que a la mañana siguiente indagó quién era el dueño del terreno y decidió comprarlo. Puso en venta todos sus bienes y con lo obtenido pagó el campo. Luego organizó la extracción del tesoro, y su venta, con lo que se hizo rico, inmensamente rico él y toda su familia.

«El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo, que al encontrarlo un hombre, lo vuelve a esconder, y de alegría por ello, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo» (Mt 13,34).

Ese Campo es la Eucaristía, el Tesoro Escondido es el Amor Eucarístico de Jesucristo (que muchos mencionan pero pocos han conocido de verdad, porque si lo conocieran ya nada en su vida sería igual y no podrían apartarse de Él nunca más). Las almas que paseaban y no vieron nada especial son todas las almas que creen conocer perfectamente la Eucaristía, como aquellas personas aquel campo. Pasan diariamente junto a Ella, comulgan con frecuencia, están seguros de saber todo acerca de la Eucaristía y no creen que nadie tenga nada nuevo que enseñarles. El hombre intrépido y curioso que encontró el tesoro, está reflejado en todas las almas que han sabido buscar hasta encontrar la sabiduría escondida en la Eucaristía. Yo me incluso entre esas almas curiosas: no me he conformado con lo que se decía, he querido investigar por mi cuenta, asumiendo los riesgos; he querido saber más; he querido conocer personalmente el Corazón Eucarístico de Jesús, he querido entrar con Él y habitar con Él en su misma Casa; en cada Hostia donde Él está; yo he querido también estar y convertirme con Él en una Eucaristía más. Esa curiosidad mía, ese deseo, ese amor, me llevó a descubrir también yo el Tesoro que muchos otros nunca habían visto ni conocido, sino seguramente bien pocos. Yo he conocido el Verdadero Amor Eucarístico de Jesús, yo lo conozco, y desde que lo conozco también «he vendido todo», porque una sola Moneda del Oro venido del Cielo que Jesucristo me da (cada Hostia que recibimos en la Comunión es una de esas Monedas) vale más que todo, y es superior a todo, y es el Trono de la Verdad y la Sabiduría. Y quien lo encuentra, ya no quiere más, y no busca más, ni le interesa nada más.

Para conocer el Tesoro que he hallado lee esto:

«Este es el Oro venido del Cielo. Ven y compra Mi Oro Refinado, acrisolado por el Fuego del Amor, engalanado con un Manto de Púrpura, tallado con la Flagelación, engarzado y bien expuesto en la Cruz por medio de los Clavos, lavado y refinado en la Sangre del Cordero. Este es el Oro venido del Cielo, para que el que lo adquiera no muera, sino que alcance la Vida Eterna, y Yo lo resucite en el último día. El que compre de este Oro ya no pasará más hambre, ni tendrá más sed, sino que habrá realizado una Inversión cuya Renta le durará hasta la Vida Eterna».

(Nota acerca de esta imagen: se ha realizado utilizando algunos fragmentos de otras imágenes que no son de nuestra autoría. Si usted es propietario intelectual de alguno de esos fragmentos y desea que sea retirada por favor comuníquelo).


Yo, David, soy el autor de este mensaje de nuestra presencia y cohabitación con Jesucristo en la Eucaristía