DAVID EUCARISTÍA: ¿Dónde están ahora nuestros familiares difuntos?

¿Dónde están ahora nuestros familiares difuntos?




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La respuesta les dejará en shock: ¡en la Eucaristía!, nuestros familiares difuntos están acompañando a Jesucristo en la Eucaristía, unidos en mayor o en menor grado con Él, pero sin separarse nunca de Él, porque separados de Él no tendrían Vida, ni Esperanza ni Salvación (cf Jn 6,53;15,5).

Si hiciésemos esta pregunta a cualquier persona, que dónde están sus familiares difuntos, contestará rápidamente que en el Cielo. Todos pensamos o preferimos pensar que nuestros familiares ahora difuntos descansan con Dios en Cielo, el cual imaginan lejano y abstracto. Pero el Cielo no es algo al margen de Dios, sino un estado de unión y coexistencia con Dios. El verdadero Cielo es Dios, estar con Él y vivir con Él es el verdadero Cielo, ya que todo lo bueno proviene de Él. Si Dios se fuese del Cielo, el Cielo se convertiría en el Infierno, no importa quién o quiénes habitasen en Él: sin Dios no habría ya nunca más paz, ni luz, y, tarde o temprano, todo se descompondría hasta la corrupción total. Sin Dios, ni aún los santos serían nada ni podrían nada, y tampoco los ángeles, pues su fuerza y su gracia proviene de Dios, fuente de toda Luz inmortal. Es como el Sistema Solar: si el Sol se apagase, todo se apagaría y todo moriría y entraría en un estado de oscuridad y congelación permanente, incluso los más grandes planetas.

Pero, si el Cielo es Dios y, por tanto, es Jesucristo; y si Jesucristo es la Eucaristía, entonces la Eucaristía es el Cielo, si bien en un estado aún encubierto a nuestros sentidos; pero, la lógica y la fe católica y la misma Palabra de Dios así lo dicen y dan a entender. La Eucaristía es el Cielo anticipado, que se abaja a nosotros, para que nos sea así más fácil alcanzarlo, para entrar anticipadamente en Él e ir preparándonos para un día habitarlo eternamente.

Además, Jesucristo prometió en varias ocasiones que nuestro destino era estar con Él donde Él estuviese. Él está en el Cielo sí, pero también en la Eucaristía. Luego, nuestro destino es estar y habitar con Él en la Eucaristía. Dicho de otra forma, que las almas que ya alcanzaron el Cielo coexisten con Jesucristo en la Eucaristía; no de una manera igualada a Él, claro está, sino unidas a Él en convivencia plena pero, cada alma, en proporción a sus méritos: según el grado de gracia que cada alma logró alcanzar durante su vida en la Tierra. No todas las almas alcanzamos el mismo grado de unidad e identificación con Dios, sino unas más y otras menos, según lo expresa la misma parábola de los denarios, pero todas quedamos sólida e íntimamente unidas a Dios, como las ramas al tronco de un árbol. Cuando las ramas nacen de un árbol vemos que unas son más bajas, otras más altas, unas más pequeñas, otras más grandes; pero, todas están llenas de vida y de vigor, unidas al mismo árbol, alimentadas de la misma savia; aunque cada rama dará más o menos fruto en función de su vigor espiritual, en función de su gracia y su fe y su obras.

Pero, ¿y qué pasa con las almas del Purgatorio? Pues que estas almas aún no han alcanzado ese grado de unidad total que les ha sido asignado, aunque están en camino de alcanzarlo: ya lo tienen prometido, asignado y reservado, para ellas será, pero todavía no lo han podido ocupar en el grado que les correspondería. Ya son ramas del árbol, pero ramas nacientes, aún en desarrollo, no han logrado su estatus final, su desarrollo completo; ya participan de la Presencia de Dios, pero de manera parcial, en un grado incompleto. El grado de acercamiento e inmersión en Dios dependerá el grado de gracia en que se encontraban cuando fallecieron y del nivel de purificación alcanzado durante su estancia en el Purgatorio. Las almas que fallecieron en perfecto Estado de Gracia, y en los Sacramentos, en perfecta reconciliación con Dios y con el prójimo, pueden esperar ocupar los lugares más avanzados del Purgatorio, más próximos al Cielo, en los que tendrán una estancia relativamente corta. Pero, las almas que se salvaron in extremis, por un acto de Misericordia excepcional de Dios; almas que quizá estaban para condenarse pero que, por la intercesión y oración de otras personas (muy frecuentemente de la misma Virgen María, a quienes se habían consagrado o fueron consagrados en algún momento de su vida), lograron alcanzar el arrepentimiento final y se salvaron en el último minuto. A este último grupo de almas le espera, probablemente, un Purgatorio severo, bastante alejadas de Dios, pero nunca separadas totalmente de Él: ni están aún unidas a Dios totalmente, ni tampoco están separadas de Dios totalmente. Así que, todas las almas del Purgatorio, ya participan de Dios y, por tanto, de la Eucaristía, aunque en distintos grados: unas poco, otras bastante, otras mucho, pero todas algo; así como en la multiplicación de los panes y los peces cada uno comió lo que quiso, unos más y otros menos, pero todos quedaron saciados.

¿Y qué respecto de las almas aún en la Tierra? Esas almas se parecen mucho, en cuanto a su estado actual de purificación, a las del Purgatorio, aunque con diferencias. Las almas de la Tierra todavía estamos en combate contra los ángeles del infierno, contra las tentaciones del mundo y de la carne y toda clase de circunstancias adversas y enemigos y, principalmente, contra nosotros mismos. Nuestra voluntad aún no está clara, totalmente decidida, ni purificada; aún nuestra visión de Dios es insuficiente, guiada de la pura fe a ciegas. Todo eso hace que nuestro trabajo en la fe sea bastante complicado. En cambio, las almas del Purgatorio ya vieron a Dios de frente, aunque fuera una sola vez el día del juicio particular y, por tanto, ya saben a dónde van, su fe está ya afirmada y guiada por un conocimiento veraz, ya no hay dudas de ninguna clase, y tampoco están sometidas a los combates enemigos que nosotros sí tenemos aún en la Tierra: la lucha de las almas del Purgatorio es una lucha contra sí mismos, por el desapego y purificación de sus viejos pecados. Sin embargo, las almas de la Tierra y, por efecto de la Gracia Santificante, y sobre todo de la Comunión Eucarística, somos insertados, o vamos siendo insertados en ese Cuerpo de la Iglesia y de Dios. Somos como ramas que estamos aún en fase de ser injertadas en el Árbol: a veces perseveramos en la Gracia pero otras veces flaqueamos y caemos y debemos ser reinjertadas nuevamente a través de la Confesión, y así una y otra vez. Pero ya participamos de Dios en proporción a la gracia y purificación y fe personal, y en función de nuestra participación en los Sacramentos,.

Conclusión

Que cuando comulgamos a Jesucristo, comulgamos también a nuestros seres difuntos, con la condición de que no se hayan condenado, pues en la Eucaristía están también ellas con Él. En la Eucaristía Jesús trae Consigo a las almas del Cielo que más pueden ayudarnos en nuestro combate y crecimiento de fe y, también, a las almas del Purgatorio que considera que más pueden beneficiarse de nuestra fe o nosotros de ellas y su intercesión, creando lazos espirituales de amor y colaboración entre todas las almas de la Iglesia Universal por medio de la Comunión de los Santos, y tomando como Puente de Unión a la Eucaristía: lugar donde confluyen todas las cosas y todas las almas del Universo y de todos los tiempos. Luego, tengamos claro que, a nuestros seres difuntos —con tal que no se hayan condenado— los tenemos con nosotros siempre, vivos, y acuden a nosotros y se unen con nosotros y nosotros con ellos, por medio de la Eucaristía, durante la Misa y en la Comunión Eucarística; todo culto a la Eucaristía redunda a favor de ellas de una u otra manera. Siempre las beneficia. Quien tiene gran devoción a la Eucaristía está, paralelamente, teniendo gran amor y devoción por las almas del Purgatorio, y las está ayudando de una manera incomprensible aún para nosotros en la Tierra, pero verdadera y real para ellas y todo el Cielo. ¡Y cuánto suspiran porque las tengamos en cuenta en nuestras Comuniones!

Este vídeo representa de una manera increíble el efecto que sobre el Purgatorio tiene que los comulguemos (que los unamos y consagremos y recibamos unidos a Jesucristo en su Cuerpo y en su Sangre). Es como si compartiéramos con ellas todo nuestro Pan de la Eucaristía y la Sangre de la Eucaristía, y recibiéndolas calmaran toda su hambre ¡¡¡de años y siglos!!!! ¡Cuánto lo desean! ¡Cuánto lo necesitan! Pues sin la Eucaristía, para ellas, no hay salvación. Nunca podrán salir del Purgatorio si no es por el Auxilio de la Eucaristía:

(Vídeo disponible públicamente en Youtube, publicado por el usuario PeiYong Goh)



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