DAVID EUCARISTÍA: Demostración rápida y sencilla de que nosotros habitamos con Jesucristo en la Eucaristía, de modo sobrenatural y como preparación de nuestra futura estancia con Él en el Cielo

Demostración rápida y sencilla de que nosotros habitamos con Jesucristo en la Eucaristía, de modo sobrenatural y como preparación de nuestra futura estancia con Él en el Cielo



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He aquí una demostración relámpago que no deja lugar a dudas de nuestra presencia anticipada y participativa con Jesucristo en la Eucaristía (las almas bautizadas y confesadas):

1.º Jesucristo prometió cuatro veces en los Evangelios que nosotros estaríamos y habitaríamos con Él donde mismo Él estuviera: Jn 6,56; 12,26; 14,3; 17,24.

2.º El Catecismo Oficial de la Iglesia enseña que en la Eucaristía vivimos anticipadamente las promesas del Cielo (CIC 1326, 1331, 1340, 1402, 1419, 2837).


CONCLUSIÓN. En la Eucaristía vivimos anticipadamente nuestra prometida cohabitación con Jesucristo en el Cielo.

El Catecismo Oficial de la Iglesia, en su artículo 2796, afirma también: «Cuando la Iglesia ora diciendo "Padre nuestro que estás en el Cielo", profesa que somos el Pueblo de Dios "sentado en el Cielo, en Cristo Jesús" (Ef 2,6), y, al mismo tiempo, "gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra Habitación celestial" (2 Co 5,2). [...]». Por tanto, la Iglesia, siguiendo el discurso de San Pablo, reconoce que, si bien visiblemente estamos aún en este mundo, estamos participando simultáneamente de nuestra habitación o morada en el Cielo, del cual hemos sido constituidos ciudadanos: es decir, que somos ciudadanos de la Eucaristía, ya que en la Eucaristía es el Cielo anticipado (Cielo y Eucaristía son solo dos planos de una misma Realidad). San Pablo insiste en lo mismo en otros versículos: «Mas, nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (Flp 3,20), «Porque no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la que está por venir» (Hb 13,14). Tanta es la convicción de San Pablo que, como leímos, llega a afirmar que incluso ya «estamos sentados en el Cielo» (en dicha habitación sobrenatural). Es decir, que, sobrenaturalmente, ya estamos ocupando nuestra morada en el Cielo o, lo que es equivalente, en la Eucaristía. Por tanto, en la Eucaristía, tenemos reservada y recibimos una morada celestial (anunciada por Jesucristo en Jn 14,2-3), de la cual, al comulgar, tomamos parte y entramos a habitar: «El que come mi Carne y bebe mi Sangre, habita en Mí y Yo en él» (Jn 6,56). Así que no solo somos habitantes y ciudadanos del Cielo sino que, también, SOMOS HABITANTES Y CIUDADANOS DE LA EUCARISTÍA, nuestra Pasarela hacia el Cielo.

Señalar también que, la promesa de cohabitación con Jesucristo expresada en Jn 6,56 («El que come mi Carne y bebe mi Sangre habita en Mí y Yo en él»), está realizada en tiempo presente, no en futuro. De modo que es algo que sucede por la sola participación en la Eucaristía: entramos a habitar en Él (la Eucaristía) por el simple hecho de comulgar (con las disposiciones debidas y que enseña la Iglesia: bautizados, confesados, sin apego al pecado, etc.).


Ante lo visto, negar nuestra presencia anticipada y sobrenatural con Jesucristo en la Eucaristía, por efecto de la Gracia, resulta imposible. Y, dado que siempre habrá quien lo haga — por simple ignorancia, falta de fe, orgullo, obstinación y hasta maldad—, queda manifiesto que estará contradiciendo las propias enseñanzas universales de la Iglesia y cometiendo herejía en mayor o menor grado. Ya que, aunque esto aún no está declarado de manera explícita y directa por la Iglesia como verdad de fe; sin embargo es una verdad fácil e inmediatamente deducible partiendo de las verdades de fe ya contenidas en el Evangelio y en el Magisterio; y, por lo tanto, son verdades de fe implícitas que deben ser recibidas con respeto, a la espera de su declaración oficial definitiva, que un día lo será. Una de las primeras consecuencias de este reconocimiento será que la Comunión Eucarística nos llevará a la total unión con Dios y, desde Él, con todas las almas en Comunión de Gracia con Él, consumándose y viviéndose así en toda su dimensión posible el dogma de la Comunión de los Santos. Se cumplirá también, de manera perfecta e insuperable, todo lo pedido por Jesucristo en Jn 17,21-24 —la unión y cohabitación con Él de todas las almas— así como los dos Mandamientos de amor a Dios y al prójimo (Mt 22,37-39), y lo relativo a la naturaleza del Amor que debíamos compartir, eucarístico como el Suyo: «Amaos unos a otros como Yo os he amado» (Jn 13,34).

Jesús lo quiere así —nuestra presencia anticipada y sobrenatural con Él en la Eucaristía— porque es la manera mediante la que Él nos va moldeando a su imagen y semejanza, siendo la Eucaristía el Molde de nuestra perfecta configuración. Cuando recibimos la Eucaristía, recibimos el Cuerpo y Sangre, Alma, Humanidad y Divinidad perfectos, conforme a los cuales habrán de ser transfigurados y configurados, progresiva pero ininterrumpidamente y hasta su totalidad, nuestro propio cuerpo y sangre, alma y humanidad de modo que puedan ser totalmente integradas en su Divinidad y formemos una unidad con Él (CIC #541: «La Voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida divina". Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo»). En este sentido, la Eucaristía es también una anticipación de la Resurrección final, momento cumbre de nuestra vida de fe en el que este objetivo se habrá alcanzado completamente y seremos para Él lo que el pan de trigo y el vino de uva "son" (en realidad, ya no son) para Él en cada Especie consagrada: ya no seremos nosotros, sino Él en nosotros y nosotros en Él, le perteneceremos a Él y estaremos integrados en Él completamente y sin medida.


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Si deseas saber más acerca de nuestra presencia y cohabitación en la Eucaristía visita este blog: http://mas.davideucaristia.com


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Yo, David, soy el autor de este mensaje de nuestra presencia y cohabitación con Jesucristo en la Eucaristía

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