DAVID EUCARISTÍA: Los dos principales Mandamientos Eucarísticos son COMULGAR A DIOS Y COMULGAR AL PRÓJIMO

Los dos principales Mandamientos Eucarísticos son COMULGAR A DIOS Y COMULGAR AL PRÓJIMO




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Comulgar a Dios y, en Dios, comulgar al prójimo, con el mismo Amor Eucarístico con que Jesús nos ama y se entrega a nosotros en la Eucaristía es la perfección del amor cristiano y la plenitud de la fe católica (de la ley y los profetas).

Pues Jesús ya dijo cuáles eran los dos principales mandamientos de su Amor Santo:
Mc 12,28-31: «Un escriba que los oyó discutir, al ver que les había respondido bien, se acercó y le preguntó: "¿Cuál es el primero de los mandamientos?". Jesús respondió: "El primero es: Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas. El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que estos"».
Y precisó todavía más cuáles debían ser las características de este amor a prójimo:
Jn 13,34: «Un Mandamiento nuevo os doy: amaos unos a otros. Así como Yo os he amado, amaos también unos a otros».
Es decir, debemos amar a los otros como Él nos amó. Pero, el cómo nos amó Jesús bien lo sabemos: dándose a nosotros como Eucaristía, a través de la cual realizó anticipada y sobrenaturalmente, y perpetúa también en el tiempo por los siglos de los siglos, su Santo Sacrificio de la Cruz y su Resurrección. En la Eucaristía Él se da a sí mismo, con toda su Humanidad y Divinidad, para salvarnos, perdonarnos, santificarnos y divinizarnos, haciéndonos dignos del Cielo nuevamente, revistiendo nuestra pobreza con su Riqueza:
Jn 6,51: «Yo soy el Pan vivo bajado del Cielo. El que coma de este Pan vivirá eternamente, y el Pan que Yo daré es mi Carne para la Vida del mundo».
Por tanto, amar al prójimo como Jesús nos ama es amarnos unos a otros en y con su mismo Amor. ¿Y dónde está ese Amor suyo para que podamos utilizarlo y amar con Él a los otros? ¡En la Eucaristía!, claro está. Luego es allí en Él y con Él, en su Amor, en la Eucaristía, en el Santísimo Sacramento y durante la Santísima Comunión, el cómo, dónde y cuándo hemos de amar nuestro prójimo a fin de amarlo verdaderamente como Jesucristo lo ama. Comulgando para llenar nuestras pobres almas de su Amor Eucarístico y Divino y, una vez llenas, llenar a su vez nosotros los corazones de los otros con el mismo Amor que Jesucristo nos llena y nos da con tanta abundancia. Porque sin Él nada podemos hacer (cf Jn 15,5). Es decir, la manera de amar al prójimo como Jesús lo ama, es amándolo en y desde la Sagrada Comunión, allí en la Eucaristía, en y con Jesucristo, comulgando a Jesucristo y en Él y a través de su Amor recibiendo y comulgando a los otros (lo cual significa recibirlos en, desde y a través de su Sagrado Corazón, de su Santísimo Amor). Por tanto, los dos mandamientos del amor cristiano alcanzan su plenitud y más perfecta realización en la Eucaristía y quedan expresados como sigue:

Primer Mandamiento Eucarístico: comulgar y adorar a Dios uno y Trino.

El Primer Mandamiento Eucarístico de todo católico es comulgar y adorar la Eucaristía y a Dios en Ella con toda el alma, con todo el espíritu y con todas las fuerzas. Algo que está en sintonía exacta y completa con lo establecido en el Código de Derecho Canónico cánon 898 y con el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica artículo 1378 (ver más). Ese es el primer deber eucarístico de todo católico y el más grande y el más importante, y atañe a nuestra relación con la Eucaristía misma, con la Santísima Trinidad: con Dios Padre, con Dios Hijo Jesucristo y con Dios Espíritu Santo.

Segundo Mandamiento Eucarístico: comulgar y amar al prójimo en Dios.

El Segundo deber o Mandamiento Eucarístico de todo católico es comulgar y amar al prójimo por medio de la Eucaristía. Prójimo es todo aquel que sea merecedor de nuestro amor, oración, compasión y ayuda; es decir, todas las almas del cielo, todas las almas del purgatorio, y todas las almas de la tierra. Todas las almas del cielo son todas las almas humanas que han alcanzado el cielo (la Virgen María en primer lugar, los apóstoles, mártires, santos, y todas las almas salvadas desde el principio del mundo hasta hoy). Todas las almas del purgatorio son todas las almas que habiéndose salvado aún están purificándose antes de su entrada definitiva al cielo. Todas las almas de la tierra, son todas las bautizadas y confesadas y que, por tanto, participan de la Gracia Santificante y están unidas a Jesucristo por un mismo Espíritu Santo; estas almas participan también de la presencia eucarística de Jesucristo en cierto grado proporcional a su gracia y purificación (ver este artículo). Pero no podemos excluir a las almas no bautizadas o en pecado mortal pues, aunque son un caso especial ya que no participan de la Gracia Santificante ni de la Presencia Eucarística de Jesucristo, eso no las excluye de su necesidad y derecho de ser amadas y comulgadas, sino al contrario, las pone en una situación de necesidad mayor de nuestra oración. Y, no hay oración más grande y más eficaz que podamos hacer por una de estas almas que unirlas espiritualmente a nuestra Eucaristía en el momento de comulgar para que, bañadas y purificadas espiritual e intercesoriamente en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, en el modo y grado que Dios nos conceda, encuentren alivio y luz para su camino de vida espiritual y un día puedan alcanzar ser bautizadas, la conversión de vida o la confesión. Por tanto, en el momento de comulgar hemos de incluir a todas las almas: las que están en Gracia y las que no están, si bien con las primeras es con quienes esta unión eucarística se vive en toda su potencia y su plenitud; pero las segundas lo necesitan aún más que las primeras.


Sobre la necesidad de amar al prójimo en, desde y por medio de la Eucaristía, es que no hay amor humano alguno sobre la tierra, ni de la persona más santa que haya pisado este mundo, que se compare con el Amor Divino y Eucarístico de Jesucristo, y hay tanta diferencia entre ambos como la que hay entre una gota de agua y un océano. Y, por ello, no hay manera superior ni más perfecta de amar al prójimo que hacerlo en y desde y por medio de la Comunión, algo que se realiza perfectamente si los comulgamos, si los unimos allí en la Eucaristía en el Amor y en el Corazón Eucarístico de Jesucristo.
Si quieres aprender cómo vivir esto en la práctica ve este vídeo: Aprender a comulgar de Verdad




Yo, David, soy el autor de este mensaje de nuestra presencia y cohabitación con Jesucristo en la Eucaristía