DAVID EUCARISTÍA: Gracias a la Eucaristía tendremos una Casa Segura en la Eternidad

Gracias a la Eucaristía tendremos una Casa Segura en la Eternidad




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Gracias a la Eucaristía, luego de esta vida tu alma no vagará en la nada y el vacío, sino que tendrás una Casa para habitarla y un Ancla.
Jn 8,35: «El esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí permanece para siempre». Jn 14,2: «En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros». 2 Cor 5,1: «Porque sabemos que si la tienda terrenal que es nuestra morada, es destruida, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha por manos, eterna en los cielos».

Sí, tendrás una Casa, porque la Eucaristía será tu Morada y tu Refugio en la eternidad, para que tu alma no vague en la incertidumbre y el vacío, lejos de Dios y de la Vida. Tu alma no será entonces una barca sin rumbo, a merced de la olas y de toda influencia y poder enemigo, sino que tendrá un Ancla firme para sujetarla, de modo que pueda seguir desarrollando su existencia luego de esta vida con tranquilidad y seguridad. Jesucristo vino para darnos Vida, y una Vida que no termina: «El ladrón solo viene para robar y matar y destruir; Yo he venido para que tengan Vida, y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,10).

El que pone en la Eucaristía su Casa es como quien entra en su Barca, y ante las tormentas e incertidumbres de esta vida y de la otra, no sucumbirá, sino que al sonido de su Voz y su Presencia los vientos dejarán de rugir y las olas se calmarán (cf Mc 4,35-40). Él no consentirá que tu alma zozobre en el caos y el vacío, como ocurría al geraseno endemoniado: «Y cuando Él bajó a tierra, le salió al encuentro un hombre de la ciudad poseído por demonios, y que por mucho tiempo no se había puesto ropa alguna, ni vivía en una casa, sino en los sepulcros» (Lc 8,27). Al contrario, tu Hogar Eterno será la misma Morada de Jesucristo: el Cielo y la Eucaristía. Porque Jesús lo quiere, que nosotros habitemos con Él donde Él está, y por eso nos ha preparado Moradas para que estemos allí con Él: «Entonces el Señor dijo al siervo: “Sal a los caminos y por los cercados, y oblígalos a entrar para que se llene mi Casa"» (Lc 14,23). La Eucaristía es nuestro Redil de Salvación, quien entra en Él hallará Pasto y hallará Agua abundante, nada le faltará en la Vida Eterna: «Yo soy la Puerta; si alguno entra por Mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto» (Jn 10,9). Jesucristo es el verdadero y buen Hermano mayor, no como el de la parábola del Hijo Pródigo que era egoísta: Jesucristo mismo ha venido en busca de sus hermanos pródigos, de sus ovejas perdidas, para rescatarlas y llevarla a su verdadera Casa: así llena de Alegría a su Padre Celestial. La Alegría suya y del Padre es y será también la tuya y la mía si ambos logramos estar allí un día.

Por ahora fija allí tu alma, con todas las fuerzas de tu fe, pide estar allí con Él, y no te separes de Él. Dile: «Señor, así como en la Comunión Tú vienes a habitar en mí, que yo también llegue a habitar en Ti, dame entrada en tu Paraíso por medio de esta Sagrada Comunión, y que mi alma no se aleje ni se separe de allí nunca más. Y si aún vivo en la tierra es como si no estuviera, porque toda mi esperanza consiste en estar y habitar allí para siempre Contigo. A tu lado me espera paz y seguridad, nada temo estando Contigo. Sé que tú eres Vida, una Vida sin fin, que hará de mi propia vida otro Paraíso sin término». No basta que la Eucaristía entre en nosotros: si nosotros no entramos en la Eucaristía no se hará la unidad necesaria, porque, ¿de qué sirve que Jesús acuda a nosotros si nosotros no acudimos a Él con sincera entrega y confianza? Por eso Jesucristo dejó escrito como signo de que nuestra Comunión Eucarística ha sido correcta, la doble cohabitación: Él en nosotros y nosotros en Él (cf Jn 6,56). Muchos son los que comulgan pasivamente sin deseo auténtico de unidad con Dios, a veces como un mero rito o una costumbre o una obligación o una rutina. Y, ¿qué pensará Dios acerca de eso? Busquemos en las Escrituras: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha, porque os digo que muchos tratarán de entrar y no podrán. Después que el Dueño de la casa se levante y cierre la puerta, y vosotros, estando fuera, comencéis a llamar a la puerta, diciendo, “Señor, ábrenos”, Él respondiendo os dirá, “No sé de dónde sois”. Entonces comenzaréis a decir: “Comimos y bebimos en tu presencia, y enseñaste en nuestras calles”; y El dirá: “Os digo que no sé de dónde sois; apartaos de Mí, todos los que haceis iniquidad”» (Lc 13,24-27).

La Eucaristía es la verdadera Roca en la que tenemos que construir y buscar nuestra Casa eterna, la que perdura y nos dará amparo y refugio cuando esta vida termine, no únicamente en esta vida temporal, sino más allá, por toda la eternidad. Quien haya entrado en esa Casa antes de la hora final, no experimentará el fracaso en su vida, ni la muerte significará casi nada, porque todo lo que ha construido lo encontrará intacto en Dios para siempre jamás; en cambio los que atesoraron en este mundo verán toda su riqueza acumulada diluida y perdida: «Por tanto, todo el que me oye estas palabras y las pone en práctica es como un hombre prudente que construyó su casa sobre la roca. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa; con todo, la casa no se derrumbó porque estaba cimentada sobre la roca. Pero todo el que me oye estas palabras y no las pone en práctica es como un hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Cayeron las lluvias, crecieron los ríos, y soplaron los vientos y azotaron aquella casa, y ésta se derrumbó, y grande fue su ruina» (Mt 7,24-27).


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