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— La Presencia de Jesucristo en nosotros, luego de comulgar, dura ¡toda la Eternidad!, ¡nunca cesará! Ya lo dijo en Jn 6,56, Él viene a nosotros para quedarse con nosotros y habitar en nosotros, no para irse. Él ya no se irá nunca más de nosotros salvo que cometamos pecado mortal. Solamente el pecado mortal lo apartaría de nosotros.
— Ya, pero dicen algunos que la Presencia de Jesucristo en nosotros dura unos 15, 20 o 30 minutos.
— Sí, pero eso no se refiere al tiempo que dura la Presencia de Jesús en nosotros, sino al tiempo que la Presencia de Jesucristo continúa en la Hostia consumida, debido a que es el tiempo que tardan los jugos gástricos en disolverla. Desde el momento que el pan deje de ser pan, y sus moléculas son transformadas en nuestro interior, ya ese pan no conserva la Presencia. Por tanto, eso no se refiere a la Presencia de Jesucristo en nosotros los comulgantes, sino a la duración de la Presencia en el Pan que hemos comulgado. La Presencia de Jesucristo en nosotros, una vez Él entra en nosotros, continúa, y ya no se va jamás; a menos que nosotros mismos nos apartemos de Él mediante el pecado mortal, como ya dije. Por esta misma razón, no se debe comer ningún alimento inmediatamente después de haber comulgado, hasta transcurrido el tiempo necesario para que se disuelva totalmente la Hostia, el cual aunque no está establecido de manera precisa se estima en unos 30 minutos.
— Y, ¿de qué naturaleza y en qué grado continúa la Presencia de Jesucristo en nosotros luego de comulgar y transcurrido ese tiempo en que la Hostia se disuelve totalmente?
— Cuando la Hostia consumida se disuelve, toda su Presencia es transferida al comulgante, Jesús pasa de una Hostia —el Pan— a otra hostia —el comulgante. Jesús permanece en nosotros asumiendo todo nuestro cuerpo entero como su nuevo Cuerpo, y nuestra sangre como su Sangre, y nuestra alma como su Alma. Nos asume, nos toma, nos posee, se apropia de nosotros. La Comunión Eucarística tiene como efecto la unificación permanente entre Jesús y nosotros. Esa unión es tanto más perfecta y patente cuanto más perfecta, limpia y purificada está el alma que la recibe; pero se ve impedida por el pecado: incluso los pecados veniales dificultan en cierto grado esa unión. Si esa unión no nos transporta directamente al Cielo en ese momento no es porque no tenga el poder para hacerlo, que lo tiene, sino porque nuestra naturaleza aún es tan pecaminosa y caída, nuestra fe tan pobre, y nuestro conocimiento del Misterio tan miserable y pequeño, que estamos aún incapacitados para experimentarlo.
— ¿Y qué sucede con la Presencia Física?, ¿es transferida también?
— Si uno vierte vidrio fundido en un molde de acero y deja que se enfríe, el vidrio se solidificará con la forma del molde; lo mismo si vertemos yeso líquido, o bronce fundido, o cualquier material similar. Pues cuando nosotros comulgamos, nuestro ser físico (de naturaleza más débil) es puesto en el Molde Físico del Cuerpo y Sangre de Jesucristo (de naturaleza más fuerte), y somos moldeados por Él, conformados según su Naturaleza, convertidos en reproducciones Suyas. Cuanto más maleable es nuestra naturaleza humana más fácil y perfectamente nos adaptamos al Molde que Jesús nos ofrece, y nuestra transfiguración en Él es más perfecta. Esa maleabilidad nuestra está en función de nuestra confianza en Él y nuestra disposición a vivir en su Divina Voluntad. Y si aún esa conversión no llega a ser perfecta y definitiva, es debido a los numerosos obstáculos que Jesús encuentra en nuestra naturaleza aún pecaminosa (falta de fe, confianza y amor; falta de conocimiento y disposición; etc.). La prueba de que ese moldeamiento progresivo del comulgante en conformidad con el Cuerpo y Sangre físicos de Jesucristo ocurre, y que incluso físicamente vamos siendo transformados en Él, está en los numerosos casos de cuerpos incorruptos, de personas cuya naturaleza humana y carnal fue elevada, divinizada. De modo que su Presencia Física se reproduce también a Sí misma en nosotros, en mayor o menor medida. Si no fuera así no tendría sentido que Jesús nos proporcionara su Cuerpo Físico; y si nos lo da es porque Él quiere que también nos asemejemos a Él en lo físico, y divinizar también nuestra naturaleza física y carnal haciéndola semejante a la Suya. Pero, para que esa transformación física en Él tenga lugar, debemos comulgar mucho y largo tiempo y lo más frecuentemente posible, estando en contacto con su Cuerpo y Sangre físicas lo más que podamos. Dado que en las misas actuales no dan ningún tiempo para comulgar, yo recomiendo buscar iglesias que permanezcan abiertas más tiempo luego de terminada la Misa y que continúen comulgando un rato más.
Jn 6,56: «El que come Mi Carne y bebe Mi Sangre, permanece en Mí y Yo en él».
— La Presencia de Jesucristo en nosotros, luego de comulgar, dura ¡toda la Eternidad!, ¡nunca cesará! Ya lo dijo en Jn 6,56, Él viene a nosotros para quedarse con nosotros y habitar en nosotros, no para irse. Él ya no se irá nunca más de nosotros salvo que cometamos pecado mortal. Solamente el pecado mortal lo apartaría de nosotros.
— Ya, pero dicen algunos que la Presencia de Jesucristo en nosotros dura unos 15, 20 o 30 minutos.
— Sí, pero eso no se refiere al tiempo que dura la Presencia de Jesús en nosotros, sino al tiempo que la Presencia de Jesucristo continúa en la Hostia consumida, debido a que es el tiempo que tardan los jugos gástricos en disolverla. Desde el momento que el pan deje de ser pan, y sus moléculas son transformadas en nuestro interior, ya ese pan no conserva la Presencia. Por tanto, eso no se refiere a la Presencia de Jesucristo en nosotros los comulgantes, sino a la duración de la Presencia en el Pan que hemos comulgado. La Presencia de Jesucristo en nosotros, una vez Él entra en nosotros, continúa, y ya no se va jamás; a menos que nosotros mismos nos apartemos de Él mediante el pecado mortal, como ya dije. Por esta misma razón, no se debe comer ningún alimento inmediatamente después de haber comulgado, hasta transcurrido el tiempo necesario para que se disuelva totalmente la Hostia, el cual aunque no está establecido de manera precisa se estima en unos 30 minutos.
— Y, ¿de qué naturaleza y en qué grado continúa la Presencia de Jesucristo en nosotros luego de comulgar y transcurrido ese tiempo en que la Hostia se disuelve totalmente?
— Cuando la Hostia consumida se disuelve, toda su Presencia es transferida al comulgante, Jesús pasa de una Hostia —el Pan— a otra hostia —el comulgante. Jesús permanece en nosotros asumiendo todo nuestro cuerpo entero como su nuevo Cuerpo, y nuestra sangre como su Sangre, y nuestra alma como su Alma. Nos asume, nos toma, nos posee, se apropia de nosotros. La Comunión Eucarística tiene como efecto la unificación permanente entre Jesús y nosotros. Esa unión es tanto más perfecta y patente cuanto más perfecta, limpia y purificada está el alma que la recibe; pero se ve impedida por el pecado: incluso los pecados veniales dificultan en cierto grado esa unión. Si esa unión no nos transporta directamente al Cielo en ese momento no es porque no tenga el poder para hacerlo, que lo tiene, sino porque nuestra naturaleza aún es tan pecaminosa y caída, nuestra fe tan pobre, y nuestro conocimiento del Misterio tan miserable y pequeño, que estamos aún incapacitados para experimentarlo.
— ¿Y qué sucede con la Presencia Física?, ¿es transferida también?
— Si uno vierte vidrio fundido en un molde de acero y deja que se enfríe, el vidrio se solidificará con la forma del molde; lo mismo si vertemos yeso líquido, o bronce fundido, o cualquier material similar. Pues cuando nosotros comulgamos, nuestro ser físico (de naturaleza más débil) es puesto en el Molde Físico del Cuerpo y Sangre de Jesucristo (de naturaleza más fuerte), y somos moldeados por Él, conformados según su Naturaleza, convertidos en reproducciones Suyas. Cuanto más maleable es nuestra naturaleza humana más fácil y perfectamente nos adaptamos al Molde que Jesús nos ofrece, y nuestra transfiguración en Él es más perfecta. Esa maleabilidad nuestra está en función de nuestra confianza en Él y nuestra disposición a vivir en su Divina Voluntad. Y si aún esa conversión no llega a ser perfecta y definitiva, es debido a los numerosos obstáculos que Jesús encuentra en nuestra naturaleza aún pecaminosa (falta de fe, confianza y amor; falta de conocimiento y disposición; etc.). La prueba de que ese moldeamiento progresivo del comulgante en conformidad con el Cuerpo y Sangre físicos de Jesucristo ocurre, y que incluso físicamente vamos siendo transformados en Él, está en los numerosos casos de cuerpos incorruptos, de personas cuya naturaleza humana y carnal fue elevada, divinizada. De modo que su Presencia Física se reproduce también a Sí misma en nosotros, en mayor o menor medida. Si no fuera así no tendría sentido que Jesús nos proporcionara su Cuerpo Físico; y si nos lo da es porque Él quiere que también nos asemejemos a Él en lo físico, y divinizar también nuestra naturaleza física y carnal haciéndola semejante a la Suya. Pero, para que esa transformación física en Él tenga lugar, debemos comulgar mucho y largo tiempo y lo más frecuentemente posible, estando en contacto con su Cuerpo y Sangre físicas lo más que podamos. Dado que en las misas actuales no dan ningún tiempo para comulgar, yo recomiendo buscar iglesias que permanezcan abiertas más tiempo luego de terminada la Misa y que continúen comulgando un rato más.
Cuerpo incorrupto de «La Siervita» Sor María de Jesús (1643-1731), presente en el Monasterio de Santa Catalina de Siena, en San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife, España. |
Yo, David, soy el autor de este mensaje de nuestra presencia y cohabitación con Jesucristo en la Eucaristía