DAVID EUCARISTÍA: No hay perdón de los pecados sin Confesión ante un Sacerdote: los pecados no dichos al Sacerdote no pueden ser perdonados

No hay perdón de los pecados sin Confesión ante un Sacerdote: los pecados no dichos al Sacerdote no pueden ser perdonados



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Quien pretende salvarse sin Confesión de los pecados, es como pretender poder salvarse sin la intercesión del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, el Salvador. ¿Si el Sacerdote no conoce tus pecados porque tú no se los has dicho, cómo podrá él ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo a Dios Padre como pago y reparación de los mismos? ¿Y si el Sacerdote no ofrece el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo en reparación y pago de tus pecados cómo esperas que te sean perdonados si solo el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo puede perdonarlos?

Lo único que nos salva es el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, la cual no es un concepto ni es una idea particular de nadie, sino una Realidad que tiene lugar en la Eucaristía sobre el Altar de cada Misa, de la cual el Sacerdote es el artífice o administrador elegido e instituido por Dios y por la Iglesia, por la comunidad cristiana. Si el Sacerdote es el administrador del Cuerpo y Sangre de Jesús, con más razón lo es de nuestra salvación y de nuestro perdón, dado que esta depende de la Eucaristía para que se haga efectiva. Sin Eucaristía no hay salvación y, por eso, sin Sacerdote no hay perdón de los pecados, ya que el Sacerdote es el administrador y dispensador de la Eucaristía. Quien quiere salvarse sin Sacerdote ni Confesión es lo mismo que quien quiere salvarse porque sí, por sí mismo, sin contar con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, sin Jesucristo.

Hay quienes presumen de que van a salvarse por la Sangre del Cordero mas solo quieren participar de ella de manera impulsiva y espiritual y, en cambio, prescinden de su Presencia Sustancial Real en la Eucaristía Católica, la cual no es ya un mero recuerdo ni un símbolo, sino una Realidad plena y verdadera que deberá ser comida y bebida (cf Jn 6,55): «[...] En el Santísimo Sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre, junto con el Alma, la Humanidad y la Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero" [...]» (CIC 1374). Si realmente confían en salvarse por la sola Sangre de Jesucristo, entonces ¿por qué no acuden a recibirla allí donde está Ella en toda su realidad, en la Misa Católica? Otros dicen que Dios es bueno y salva a todos: sí, es cierto, y por eso murió en la Cruz, para darnos a comer y a beber el Remedio a nuestros pecados, la Eucaristía; por tanto, Dios salva y perdona a «todos» sí, pero: a todos aquellos que, deseando salvarse, se acogen y someten a su Voluntad, a su Misericordia y a sus Sacramentos, participando de su Cuerpo y Sangre en la Eucaristía pero no abusivamente, sino respetuosamente, lo cual exige necesariamente nuestra reconciliación con Dios. Nadie puede ir a comer a la casa de un amigo si está peleado con él, primero tendrá que reconciliarse; así mismo, nadie puede ir a comer a la Casa de Jesucristo si primero no se reconcilia con Él, reconociéndole y pidiéndole primero perdón por todas las veces y formas en que le ofendimos, y prometiéndole no volver a hacerlo.


La Iglesia Católica es una organización jurídica sometida a derecho

La Iglesia Católica, en cuanto organización humana, está regulada por sus propias leyes, recogidas en el Código de Derecho Canónico, que son de obligado respeto y cumplimiento para todos los católicos y católicas, bajo pena de pecado y otras posibles sanciones jurídicas. En cualquier club o asociación de este mundo hay que sujetarse a unas reglas y, si uno de sus miembros no las cumple o, aún peor, hace alarde de no cumplirlas, será sancionado. La Iglesia Católica no va a ser menos y, si uno de sus miembros incumple las normas, puede estar cometiendo pecados de distintos grados y se expone a recibir sanciones jurídicas. Respecto de la Confesión, en lo referido a los fieles, la Ley Canónica dice concretamente:
  • Canon 916. Si se tienen pecados graves (mortales), no comulgar sin haberse confesado antes.
  • Canon 988. Hacer examen de conciencia y confesar todos los pecados mortales no dichos aún directamente en confesión: uno a uno y por especie y número.
  • Canones 989. Confesarse como mínimo una vez al año.
Pues bien, en nuestra Iglesia hay muchas personas que no solo no cumplen esta norma y nunca se confiesan, sino que, lo que es peor, incluso se jactan de ello abiertamente, despreciando el valor del Sacramento o la necesidad de la intercesión del Sacerdote. Así y todo presumen de católicos pero, si no recapacitan a tiempo, van a ser sorprendidos in fraganti en sus malas obras por Dios: «Pero si ese criado, pensando que su amo va a tardar en volver, comienza a maltratar a los demás criados y a las criadas, y se pone a comer, beber y emborracharse, el día que menos lo espera y a una hora que no sabe llegará su amo y lo castigará. Le condenará a correr la misma suerte que los infieles» (Lc 12,45-46).


Demostración de porqué solo un Sacerdote puede perdonar los pecados

Partiendo de lo anterior se entiende ahora perfectamente cómo logra un sacerdote perdonar los pecados. Cada vez que un sacerdote consagra el Pan y el Vino sobre el Altar, ofrece a Dios Padre, y en nombre de toda la Iglesia (consecuentemente, también en nombre tuyo), a Jesucristo como Víctima expiatoria por todos los pecados, entre los cuales van a estar incluidos aquellos que nosotros decimos en Confesión. Sí, todos los pecados confesados, van a recaer sobre Jesucristo en la Eucaristía, en forma de latigazos, escupitajos, desprecios, juicios, incomprensiones, traiciones, etc., exactamente igual que la primera vez. Ya que la Eucaristía es un Evento hecho en el Cielo y en Dios, además de en la Tierra, y tiene lugar en todo tiempo y lugar a la vez (en el «no-tiempo» y en el «no-lugar» de Dios). La Misa es el mismo y el único Sacrificio de Jesucristo, no hay dos, ni tres, sino únicamente uno y el mismo, y el único que salva. Así como ese Sacrificio tiene lugar por las manos del Sacerdote (quien ocupa el lugar de san Juan bajo la Cruz), así los efectos de ese Sacrificio circularán también por mediación de ese mismo Sacerdote. Quien pretende salvarse sin Confesión de los pecados, es como quien pretende poder salvarse sin la intercesión del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, el Salvador. Ahora bien, si el Sacerdote no sabe cuáles son tus pecados, porque tú no se los has dicho, ¿cómo puede Él ofrecer el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo por ellos para que te sean perdonados? ¿Y, si el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo no han sido ofrecidos como se debe para el perdón de tus pecados, cómo esperas encontrarlos un día perdonados? Por tanto, los pecados no dichos en confesión no pueden ser perdonados (salvo omisión involuntaria pero, en este caso, existe el deber de decirlos en la próxima confesión como pecados perdonados pero no debidamente confesados).

Salvación in extremis, porqué debemos evitar llegar a eso y consecuencias de vivir una vida de pecado sin arrepentimiento ni confesión

La manera más segura de salvarse es haciendo las cosas como Dios mismo enseña y que la Iglesia explica. Exponer nuestra salvación a una cuestión de suerte final es una grave irresponsabilidad y creo que ninguna persona mínimamente sensata lo haría ni debería hacerlo. Los Sacramentos son la manera ordinaria y segura de salvarse. Ahora bien, hay ocasiones en las que Dios salva en condiciones extremas a muchas almas, quizá ni habiéndose confesado, como una concesión extraordinaria obtenida por la intercesión de las almas crucificadas que sufren en silencio por tu causa y la de otros que están en igual situación. A cambio de tu salvación final esas almas tendrán que soportar —aún sin comprender porqué— pobreza y necesidades, persecuciones y desprecios, injusticias, enfermedades, y muchas otras clases de calamidades y agravios. ¿Qué quiénes son estas almas? No las busques demasiado lejos, quizá hasta las tengas en tu propia familia: a veces nos parecen personas desgraciadas, fracasadas, insignificantes, despreciables, pero ante Dios son más preciosas y amadas que los diamantes y el oro lo son para el mundo. Dios continúa salvando hoy a través de numerosas de esas almas víctimas que, con su sacrificio y su sufrimiento inocente e inmerecido, ayudan a Jesucristo como cirineos a satisfacer la justicia debida a nuestros pecados y nos obtienen el perdón de Dios, y a las que Él reserva una especial gloria en el Cielo como recompensa. Allí donde un alma se dirige a la condenación, porque no escucha a Dios y sus advertencias, a Dios no le queda más remedio que buscar la ayuda de un alma víctima que interceda con sus sufrimientos por esa alma, que actúe como balanza de compensación (Él sabe con qué almas puede contar): de otro modo, aquella no tendría salvación. Por ello, las almas presuntuosas que viven en pecado y no lo reconocen ni se arrepienten, verdaderamente no saben lo que hacen, las graves consecuencias de sus acciones, así como el rastro de víctimas inocentes que van dejando a su paso. Son las almas víctimas las que con su sacrificio y sufrimiento proporcionan el abono de conversión (cf Lc 13,6-9) a esas almas inconscientes de su destino; son la semilla que cae en tierra y mueren para dar fruto (cf Jn 12,24) que otro recogerá gratis (cf Jn 4,37); son las almas que se abajan para que otro crezca (cf Jn 3,30), como el abajamiento y sacrificio de san Juan Bautista dio paso a Jesucristo:
Lc 13,6-9: «Jesús les contó esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, y fue a ver si daba higos, pero no encontró ninguno. Así que le dijo al hombre que cuidaba el viñedo: 'Mira, por tres años seguidos he venido a esta higuera en busca de fruto, pero nunca lo encuentro. Córtala, pues; ¿para qué ha de ocupar terreno inútilmente?'. Pero el que cuidaba el terreno le contestó: 'Señor, déjala todavía este año; voy a aflojarle la tierra y a echarle abono. Con eso tal vez dará fruto; y si no, ya la cortarás'”».

Así fue Jesucristo, el Alma Víctima sufrida y escondida que pagó y continúa pagando por los pecados de todos. Ahora bien, aún si tú por un acto de última y extrema misericordia de Dios lograras no ir al Infierno que merecías, ¿qué será de ti en el Purgatorio? Todos esos pecados gravísimos no confesados son como inmensas montañas de trabajo aún por hacer, están sin reparar porque no habiéndolos dicho en Confesión ningún sacerdote pudo repararlos en la Eucaristía. Eso significa que tú, allí, tendrás que empezar tu camino partiendo desde cero, partiendo de nada, tú solo y esperando a que alguien en la Tierra ofrezca ahora una Eucaristía por ti, quizá algún conocido, familiar o alma piadosa: ¿cuentas con esas almas que ofrecerán Misas por ti luego de esta vida?, dichoso tú si las tienes; muchas congregaciones religiosas permiten inscribirse en sus asociaciones para participar de los méritos de sus Misas luego de esta vida, pregúntales e inscríbete. En cualquier caso, la Iglesia intercede por todas las almas del Purgatorio en todas las Misas. Entonces, ese día, comprenderemos lo que valió el Sacramento de la Confesión y de la Eucaristía y como una sola Confesión te pudo ahorrar no solo sufrimientos eternos en el Infierno, sino una buena parte de las purificaciones debidas en el Purgatorio. Allí en el Purgatorio rogaremos poder recibir una sola Gota del Agua de Vida que hoy tenemos sobreabundante en la Eucaristía y no la bebemos.

Conclusión

Así que, no hay perdón sin Eucaristía y no hay Eucaristía sin Sacerdote; lo que viene de ahí es una conclusión al alcance de cualquier niño: sin Sacerdote no hay perdón de los pecados. Esa ha sido la voluntad de Jesucristo, quien no habiendo logrado convertirnos y salvarnos enviándonos maná del Cielo, se hizo a sí mismo el Maná y bajó Él mismo para alimentarnos. Haciéndose Humano, se remangó sus blanquísimos Vestidos, para abajarse al fango donde nosotros habitábamos y poder lavarnos y rescatarnos; para soportar todas las más horribles humillaciones que podía soportar un humano y ofrecer rescate a favor nuestro para que no fuéramos nosotros los crucificados sino Él en lugar nuestro. Pero nosotros, en cambio, queremos ser salvados sin soltar una lágrima, sin pedir perdón, sin doblar una rodilla, sin mirar al Crucificado, sin compadecerse de Él. ¡Sigan así! que el reino del anticristo acabará dándoles lo que quieren, una salvación a gusto del consumidor. Quienes rechazan la Confesión están sin saberlo abriéndole las puertas al reino del anticristo y de la gran apostasía en el seno de la Iglesia. Sean humildes y arrodíllense delante de un Sagrario y del Confesionario, ante Aquel el cual solamente Él puede salvarlos: Jesucristo en la Eucaristía.




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