Atención. Al acceder a este sitio web y a este artículo, usted reconoce haber leído y estar al tanto del correspondiente AVISO LEGAL sobre la propiedad intelectual, licencia para compartir, cookies, etc.
1.2. Todo católico y católica está moralmente obligado a dar culto de adoración a la Eucaristía, y no hacerlo es pecado mortal. En cuanto Jesucristo es nuestro Dios y Salvador, merece de nosotros el culto máximo, y el culto máximo es la adoración. De modo que nadie puede recibir la Eucaristía sin adorarla antes, durante y después de comulgar, tratándola y recibiéndola en todo momento con el máximo respeto, reverencia, amor y adoración. Esto está además establecido en el Código de Derecho Canónico, canon 898, y en el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica, artículo 1378.
1.3. La Misa y la Eucaristía, con respecto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, son una sola y una misma realidad. En la Eucaristía de cada Misa, se consuma y realiza toda la vida y obra de Jesucristo, desde su Encarnación, Predicación, Pasión, Muerte y Resurrección. La Misa no es un nuevo Sacrificio, sino el mismo y único Sacrificio realizado en Jerusalén hace unos dos mil años, el cual, siendo realizado por Jesucristo Hombre, pero también por Jesucristo Dios, fue realizado en el tiempo humano y a la vez en el tiempo divino, en el no tiempo de Dios, en la eternidad, en todos los tiempos y lugares al mismo tiempo. La Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo no es un acontecimiento temporal, SINO ATEMPORAL, situado fuera del tiempo y del espacio, porque Jesucristo es Dios, y en cuanto Dios, fue realizado y se realiza en todo tiempo y en todo espacio a la vez. De modo que hoy, en cada Misa, se consuma y realiza el mismo y único Sacrificio de la Cruz, no otro, sin el único y el mismo, sin distinción. Este Sacrificio Único y Perpetuo continúa realizándose aún hoy y continuará entre tanto haya una sola alma que salvar y un solo pecado que reparar. Si bien Jesús resucitó y ascendió a los Cielos y está allí como Rey glorioso, al ser Dios no le impide permanecer en estado de Víctima Intercesora en la Eucaristía en todas las Misas de la tierra, sino que así lo hace en bien de la Humanidad.
2.1. La Eucaristía no es en realidad una sola Persona sino Tres. Dado que Jesucristo es Hombre pero también es Dios, y que Dios son Tres Personas, en la persona de Jesucristo Dios y Hombre conviven y coexisten también el Padre y el Espíritu Santo. Y, al recibir a Jesucristo, siempre y necesariamente, recibimos también al Padre y al Espíritu Santo. La Comunión Eucarística siempre supone recibir y comulgar a la Santísima Trinidad completa, a las Tres Personas por igual, hecho del que hemos de estar completamente conscientes en el momento de comulgar, y recibir con todo el detenimiento y amor que merecen, cada una de las Tres Personas Divinas.
3.1. Bautismo. El Bautismo hace de nosotros hostias vivas y humanas consagradas a la Santísima Trinidad a través de Jesucristo, nos convierte en preeucaristías listas para ser plenificadas y completadas a través del Sacramento de la Eucaristía. El Bautismo es nuestra dedicación y consagración a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos convierte en hijos de Dios, en cuanto que nos convertimos en su morada y su templo y su propiedad. Pero es que el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son y están en toda su potencia y en toda su realidad en la Santísima Eucaristía. De modo que el Bautismo en realidad nos consagra a la Eucaristía, y nos convierte en templo y morada y sagrario de la Eucaristía; en cuerpo y sangre, alma y humanidad dedicada de por vida a Jesucristo Eucaristía, es decir, en obleas y hostias consagradas a Él. Nuestro cuerpo es así dedicado y consagrado con la esperanza de que llegue a ser Cuerpo de Jesucristo, nuestra alma su Alma, nuestra mente su Mente, nuestro espíritu su Espíritu, y todo nuestro ser una completa hostia viviente, verdaderas y auténticas hostias consagradas para Él, no de trigo ni de vino, sino humanas. Este camino de total transformación y transfiguración en Él, hasta llegar a ser, en el grado máximo que se nos permita, Eucaristía como Él, se irá completando a través de toda la vida cristiana pero, se acentúa de manera muy especial con cada nueva Comunión Eucarística, en la cual su propio Cuerpo y Sangre modela y diviniza gradualmente la nuestra.
3.2. Confirmación. En relación con la Confirmación, cada nueva Comunión Eucarística es una nueva y verdadera Confirmación, porque en cada Eucaristía recibimos a Dios Espíritu Santo nuevamente y totalmente, el cual hace morada en la Sagrada Hostia por el pedido del Sacerdote durante la Consagración, y el que recibimos por medio de Jesucristo Hostia en toda su plenitud y perfección. De modo que cada Comunión Eucarística equivale a una renovación auténtica y plena del Sacramento de la Confirmación, y este es en realidad una extensión o aplicación específica del Sacramento de la Eucaristía, ya que la Eucaristía es la Verdadera Morada del Espíritu Santo, de donde viene y procede, y por donde nos viene, a través de Jesucristo.
3.3. Confesión. En relación con el Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación (confesión), lo que en el confesionario se dice y se promete —la absolución de los pecados— es en la Eucaristía donde se realiza y alcanza su verdadera efectividad, ya que no es otro que el Ofrecimiento Eucarístico de Jesucristo en la Santa Misa, en la Sagrada Eucaristía, el que realmente lava los pecados y todos los residuos morales que conlleva. De manera que donde el Sacramento de la Reconciliación alcanza su plena realización es en la Santa Eucaristía, y lo que el primero pide y concede, el segundo realiza y lleva a cabo. Sin embargo, el Sacramento de la Eucaristía no es suficiente para el perdón de los pecados debido a que este se corresponde con la Acción de Dios, la cual necesita además la acción del ser humano, su colaboración, mediante el reconocimiento verbal de sus pecados y su propósito de no volver a cometerlos, tomando a la Iglesia como testigo de su buen propósito en la persona del sacerdote.
3.4. Unción de los enfermos. Este Sacramento, a través de la unción, une y asimila al cristiano doliente a la propia Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo, la cual encuentra su plena realización precisamente en la Eucaristía, en el Santo Sacrificio de la Misa. De ahí que este sacramento suele acompañarse de la administración de la Eucaristía en forma de Viático, ya que es Ella la verdadera Pasarela al Cielo, y la que nos transporta desde lo caduco y pasajero de este mundo a lo real y eterno que nos ofrece Dios, a la Vida Eterna. De modo que la Esencia, Fuente y Sustento de la eficacia y razón de ser de este sacramento está también en la Eucaristía, la cual lo lleva a su plenitud.
3.5. Sacerdocio. El Sacramento del Orden nació ligado a la Eucaristía, de Ella procede, y en Ella tiene su centro y su fin. Sacerdocio y Eucaristía se puede decir que son casi una misma cosa, una sola realidad, inseparables. El Sacramento del Orden nace de la Eucaristía misma, porque haciéndose Jesús Eucaristía el Jueves Santo, es como proveyó a sus futuros sacerdotes del objeto y propósito de su misión. De manera que el Sacramento del Orden también se realiza, se alimenta y sustenta del Sacramento de la Eucaristía, el cual va haciendo a cada cristiano partícipe del Supremo Sacerdocio de Jesucristo y le prepara para alcanzar, si así es voluntad de Dios, la plenitud del sacerdocio ministerial realizado en representación de toda la comunidad.
3.6. Matrimonio. El Matrimonio católico es una realización en el plano natural y humano del verdadero Matrimonio que Dios espera y quiere con las almas, Él es nuestro verdadero Esposo, el Esposo eterno del alma, al cual nosotros estamos prometidos desde el Bautismo, y cuyas Bodas con Él celebraremos eternamente en el Cielo. Esta unión del alma con Dios, se vive y se consuma ya en la Tierra, en cada Comunión Eucarística, el cual es el verdadero Banquete de Bodas del cristiano, y la consumación anticipada de sus Bodas Eternas. Por ello, el Sacramento del Matrimonio tiene también en la Eucaristía, su fuente y su razón de ser, y su fin; y también su misma eficacia, ya que es la Eucaristía la plena y perfecta realización del Matrimonio, y la Verdadera Alianza Matrimonial Eterna de la que es imagen.
4.2. Nuestra presencia con Jesucristo en la Eucaristía es de tipo sobrenatural angélico. Jesucristo mismo lo dijo, que en el Cielo seremos como los ángeles (Mt 22,30), pero es que la Eucaristía es el Cielo, anticipado en la tierra, y allí ya somos lo que seremos, y en Él está la imagen de lo que un día vamos a ser, espíritus angélicos que le acompañan donde quiera que va y está: allí a donde va el Cordero, vamos nosotros con Él.
4.3. Nuestra presencia con Jesucristo en la Eucaristía es proporcional a nuestro grado de gracia y de purificación. Cada alma está con Él en la Eucaristía, o participa de su Presencia Eucarística, en el mismo grado de su gracia, de sus méritos, de su pureza, de su perfección cristiana, de su purificación, de su santidad. No todas participan de su presencia en igual grado.
4.4. Comulgamos y nos comulgamos. Como consecuencia de ello, de nuestra cohabitación sobrenatural con Él en la Eucaristía, cada vez que recibimos a Jesucristo recibimos en Él y a través de Él a todas las demás almas unidas a Él por la Gracia. Donde va la Cabeza va el cuerpo con Él, donde va la Vid van sus sarmientos. Recibir a Jesucristo implica recibir y amar todo cuando es de Jesucristo y le pertenece a Él; es decir, a todas las almas que constituyen sus hojas y sus ramas, del Gran Árbol de la Eucaristía, cuya Tierra de la que se alimenta es Dios Padre, cuya Raíz que penetra en la Tierra y saca de ella la Savia es Jesucristo y cuya Savia es Dios Espíritu Santo, cuyas ramas de primer nivel son los doce Apóstoles, cuyas ramas de segundo nivel son los obispos, y las de tercer nivel los sacerdotes, cuyas flores son los santos y santas y las vocaciones, y cuyos frutos que llevan en su seno las semillas son los mártires (imágenes del Supremo Mártir Jesucristo). Todas las almas en gracia santificante son las hojas de ese Árbol maravilloso del Amor Divino que es la Iglesia. No podemos comulgar a Jesucristo y dejar fuera todo lo demás, es sencillamente imposible, y contrario al mismo Amor de Dios, sino que quien recibe a Jesucristo tiene que recibir consigo a toda la Iglesia Universal del cielo, y del purgatorio y de la tierra.
5.2. Almas del Purgatorio. Estas almas también participan ya de la Presencia Eucarística de Jesucristo, pero no aún de manera plena, sino parcial, ya que aún hay en ellas residuos de sus antiguos pecados que les impiden amar en plenitud y alcanzar así la unión plena con Jesucristo: son antiguos afectos pecaminosos de los que es difícil librarse y requieren una lenta purificación y aprendizaje. Hay personas que piensan que las almas del Purgatorio están totalmente separadas de Dios, y eso es falso: están muy unidas a Dios, pero no totalmente, sino de manera incompleta e imperfecta; unas están unidas en mayor grado y otras en grado inferior, pero todas participan ya de Dios; las únicas almas que están totalmente separadas de Dios son las del Infierno, las que se condenaron. Una sola alma del Purgatorio está ya más unida a Dios, y más cerca de Él que ninguna alma de la tierra, pues ya no pecan, mientras que nosotros aquí en la Tierra seguimos pecando. Por todo eso, en el momento de comulgar recibimos también a todas las almas del Purgatorio, pero en mayor grado a las que recibimos conscientemente porque las conocemos, como puede ser el caso de los familiares y conocidos difuntos. Debemos comulgar siempre a las almas del Purgatorio ya que ellas son las almas más necesitadas de nuestra Comunión y la Eucaristía es el Medio más poderoso para unirlas a Dios definitivamente. HAZ CLIC AQUÍ para saber más sobre esto.
5.3. Almas de la Tierra bautizadas y confesadas (en Gracia Santificante). Estas almas participan ya de la Presencia Eucarística de Jesucristo, cohabitan con Él, por efecto de la misma Gracia, por medio del Espíritu Santo, que nos convierte en una unidad con Él, un solo Cuerpo, del que Jesucristo es la Cabeza y nosotros sus miembros, Él es la Vid y nosotros sus sarmientos, distintos de Él pero unidos con Él e inseparables de Él. Sin embargo, como almas aún en aprendizaje y combate espiritual, apenas estamos empezando nuestro camino y nos queda aún mucho por caminar, pero ya estamos en él y formamos parte de él. La Gracia Santificante (el Bautismo y la Confesión) nos hace formar parte del Reino Eucarístico de Jesucristo y cohabitar con Él en la Eucaristía; pero el pecado mortal nos vuelve a separar de Él, mas la Confesión nos restaura a nuestro verdadero hogar eucarístico. Cuando comulgamos las recibimos siempre, muy en especial aquellas almas que recibimos más conscientemente. Ahí unimos en primer lugar al Papa, a nuestro obispo y sacerdote, y a todas las demás almas que conocemos.
6.2. La Virgen María está en la Eucaristía con Jesús con su humanidad glorificada. Pero la Virgen María tiene un privilegio muy especial que ninguna otra criatura tiene, y es que al ser llevada al Cielo en cuerpo y alma, ella está así en el seno de su Hijo, humana pero glorificada. Glorificada significa que ha sido inmersa y asumida por la Divinidad de Jesucristo, transformada y divinizada en Él en el grado máximo que Dios puede conceder a una criatura. Por tanto, y como el Jesucristo del Cielo y el de la Eucaristía, son uno y el mismo, la Virgen María también fue asunta en cuerpo y alma a la Eucaristía y, en cada Hostia Consagrada, junto al Cuerpo y Sangre, Alma, Humanidad y Divinidad de Jesucristo, inmersas en Él y por su sola gracia y voluntad, están también el cuerpo y sangre, alma y humanidad de su Santísima Madre, su humanidad glorificada (divinizada) en Él, asumida por Dios e incorporada a Él como el Océano absorbe todas las aguas de un río, apropiándoselas y haciéndolas suyas para siempre.
8.2. Todas estas almas podemos y debemos recibirlas en la Comunión Eucarística, sumergiéndolas en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo que estamos comulgando. No están allí pero nosotros las traemos, momentáneamente y espiritualmente, para consagrarlas al Cuerpo y Sangre de Jesús. Al nosotros traerlas por nuestra fe, oración y ruego ante Dios, y bañarlas en nuestra Eucaristía que estamos comulgando, Jesucristo puede aceptar ese ofrecimiento como Bautismo extraordinario realizado en su Cuerpo y en su Sangre, y salvarlas y que les valga su entrada en el Cielo con Dios. Esto está ya dentro del Misterio de Dios (no podemos saberlo a ciencia cierta) pero el cual, siendo infinitamente misericordioso, no dudará en escuchar tu ruego, muchísimo más cuando es realizado por medio de la intercesión del Cuerpo y la Sangre de su Hijo. Yo, personalmente, tengo la fe que así es, lo creo y lo vivo, pero eso ya entra dentro de tu libertad individual.
Estas son las verdades de fe que constituyen la Base de la COHABITACIÓN EUCARÍSTICA CON JESUCRISTO. Algunas de estas verdades ya están declaradas y forman parte de la Doctrina Católica oficial, otras aún no, pero son todas deducciones simples y lógicas de las primeras y en completa consonancia con ellas. Todas estas verdades un día serán aceptadas y vividas normalmente como parte integrante de la fe católica.
Si te preguntas en qué grado te compromete como católico o católica saber estas cosas y en qué grado pueden ser dignas de crédito o fe. Aquí tienes las respuestas:
1.1. La Eucaristía es una Persona sensible, viva y entera: Jesucristo. En la Eucaristía recibimos el Cuerpo y la Sangre, el Alma, la Humanidad y la Divinidad de Jesucristo, toda su entera Persona Humana y Divina. Esto es así simplemente porque Jesucristo así lo quiere y Él lo realiza y se hace totalmente presente cuando uno de sus Sacerdotes legítimamente así lo solicita. No es un resultado mágico, no es efecto de ningún poder extraordinario de nadie ni aún del sacerdote, sino el solo y simple Acto de Voluntad de Dios Mismo que así lo concede cuando el sacerdote se lo pide, pues Él así dijo que lo haría y Él siempre cumple su Palabra.
Si te preguntas en qué grado te compromete como católico o católica saber estas cosas y en qué grado pueden ser dignas de crédito o fe. Aquí tienes las respuestas:
Preguntas y respuestas (FAQ) acerca del Catecismo de la Cohabitación EucarísticaDichosos los que llevados de un espíritu libre, instruido, santo y generoso, las escuchan y creen, y las viven desde ahora, ellos serán como ángeles anunciadores que van delante del gran ejército de la Iglesia abriéndoles paso y anticipándoles su glorioso camino. Amén.
1. En relación con Jesucristo y la Redención
1.1. La Eucaristía es una Persona sensible, viva y entera: Jesucristo. En la Eucaristía recibimos el Cuerpo y la Sangre, el Alma, la Humanidad y la Divinidad de Jesucristo, toda su entera Persona Humana y Divina. Esto es así simplemente porque Jesucristo así lo quiere y Él lo realiza y se hace totalmente presente cuando uno de sus Sacerdotes legítimamente así lo solicita. No es un resultado mágico, no es efecto de ningún poder extraordinario de nadie ni aún del sacerdote, sino el solo y simple Acto de Voluntad de Dios Mismo que así lo concede cuando el sacerdote se lo pide, pues Él así dijo que lo haría y Él siempre cumple su Palabra.
1.2. Todo católico y católica está moralmente obligado a dar culto de adoración a la Eucaristía, y no hacerlo es pecado mortal. En cuanto Jesucristo es nuestro Dios y Salvador, merece de nosotros el culto máximo, y el culto máximo es la adoración. De modo que nadie puede recibir la Eucaristía sin adorarla antes, durante y después de comulgar, tratándola y recibiéndola en todo momento con el máximo respeto, reverencia, amor y adoración. Esto está además establecido en el Código de Derecho Canónico, canon 898, y en el Catecismo Oficial de la Iglesia Católica, artículo 1378.
1.3. La Misa y la Eucaristía, con respecto de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, son una sola y una misma realidad. En la Eucaristía de cada Misa, se consuma y realiza toda la vida y obra de Jesucristo, desde su Encarnación, Predicación, Pasión, Muerte y Resurrección. La Misa no es un nuevo Sacrificio, sino el mismo y único Sacrificio realizado en Jerusalén hace unos dos mil años, el cual, siendo realizado por Jesucristo Hombre, pero también por Jesucristo Dios, fue realizado en el tiempo humano y a la vez en el tiempo divino, en el no tiempo de Dios, en la eternidad, en todos los tiempos y lugares al mismo tiempo. La Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo no es un acontecimiento temporal, SINO ATEMPORAL, situado fuera del tiempo y del espacio, porque Jesucristo es Dios, y en cuanto Dios, fue realizado y se realiza en todo tiempo y en todo espacio a la vez. De modo que hoy, en cada Misa, se consuma y realiza el mismo y único Sacrificio de la Cruz, no otro, sin el único y el mismo, sin distinción. Este Sacrificio Único y Perpetuo continúa realizándose aún hoy y continuará entre tanto haya una sola alma que salvar y un solo pecado que reparar. Si bien Jesús resucitó y ascendió a los Cielos y está allí como Rey glorioso, al ser Dios no le impide permanecer en estado de Víctima Intercesora en la Eucaristía en todas las Misas de la tierra, sino que así lo hace en bien de la Humanidad.
2. En relación con la Santísima Trinidad
2.1. La Eucaristía no es en realidad una sola Persona sino Tres. Dado que Jesucristo es Hombre pero también es Dios, y que Dios son Tres Personas, en la persona de Jesucristo Dios y Hombre conviven y coexisten también el Padre y el Espíritu Santo. Y, al recibir a Jesucristo, siempre y necesariamente, recibimos también al Padre y al Espíritu Santo. La Comunión Eucarística siempre supone recibir y comulgar a la Santísima Trinidad completa, a las Tres Personas por igual, hecho del que hemos de estar completamente conscientes en el momento de comulgar, y recibir con todo el detenimiento y amor que merecen, cada una de las Tres Personas Divinas.
3. En relación con los demás Sacramentos
La Eucaristía no es solo un Sacramento, no, es más, muchísimo más que un Sacramento, porque siendo ella Jesucristo en Persona, estamos ante el Autor mismo de todos los Sacramentos, por lo que no puede ni debe ponerse al mismo nivel que los demás. Todos los demás Sacramentos de la Iglesia son acciones de la Gracia Divina que mana del Corazón de Jesucristo en la Eucaristía.3.1. Bautismo. El Bautismo hace de nosotros hostias vivas y humanas consagradas a la Santísima Trinidad a través de Jesucristo, nos convierte en preeucaristías listas para ser plenificadas y completadas a través del Sacramento de la Eucaristía. El Bautismo es nuestra dedicación y consagración a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos convierte en hijos de Dios, en cuanto que nos convertimos en su morada y su templo y su propiedad. Pero es que el Padre, y el Hijo y el Espíritu Santo son y están en toda su potencia y en toda su realidad en la Santísima Eucaristía. De modo que el Bautismo en realidad nos consagra a la Eucaristía, y nos convierte en templo y morada y sagrario de la Eucaristía; en cuerpo y sangre, alma y humanidad dedicada de por vida a Jesucristo Eucaristía, es decir, en obleas y hostias consagradas a Él. Nuestro cuerpo es así dedicado y consagrado con la esperanza de que llegue a ser Cuerpo de Jesucristo, nuestra alma su Alma, nuestra mente su Mente, nuestro espíritu su Espíritu, y todo nuestro ser una completa hostia viviente, verdaderas y auténticas hostias consagradas para Él, no de trigo ni de vino, sino humanas. Este camino de total transformación y transfiguración en Él, hasta llegar a ser, en el grado máximo que se nos permita, Eucaristía como Él, se irá completando a través de toda la vida cristiana pero, se acentúa de manera muy especial con cada nueva Comunión Eucarística, en la cual su propio Cuerpo y Sangre modela y diviniza gradualmente la nuestra.
3.2. Confirmación. En relación con la Confirmación, cada nueva Comunión Eucarística es una nueva y verdadera Confirmación, porque en cada Eucaristía recibimos a Dios Espíritu Santo nuevamente y totalmente, el cual hace morada en la Sagrada Hostia por el pedido del Sacerdote durante la Consagración, y el que recibimos por medio de Jesucristo Hostia en toda su plenitud y perfección. De modo que cada Comunión Eucarística equivale a una renovación auténtica y plena del Sacramento de la Confirmación, y este es en realidad una extensión o aplicación específica del Sacramento de la Eucaristía, ya que la Eucaristía es la Verdadera Morada del Espíritu Santo, de donde viene y procede, y por donde nos viene, a través de Jesucristo.
3.3. Confesión. En relación con el Sacramento de la Penitencia y la Reconciliación (confesión), lo que en el confesionario se dice y se promete —la absolución de los pecados— es en la Eucaristía donde se realiza y alcanza su verdadera efectividad, ya que no es otro que el Ofrecimiento Eucarístico de Jesucristo en la Santa Misa, en la Sagrada Eucaristía, el que realmente lava los pecados y todos los residuos morales que conlleva. De manera que donde el Sacramento de la Reconciliación alcanza su plena realización es en la Santa Eucaristía, y lo que el primero pide y concede, el segundo realiza y lleva a cabo. Sin embargo, el Sacramento de la Eucaristía no es suficiente para el perdón de los pecados debido a que este se corresponde con la Acción de Dios, la cual necesita además la acción del ser humano, su colaboración, mediante el reconocimiento verbal de sus pecados y su propósito de no volver a cometerlos, tomando a la Iglesia como testigo de su buen propósito en la persona del sacerdote.
3.4. Unción de los enfermos. Este Sacramento, a través de la unción, une y asimila al cristiano doliente a la propia Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo, la cual encuentra su plena realización precisamente en la Eucaristía, en el Santo Sacrificio de la Misa. De ahí que este sacramento suele acompañarse de la administración de la Eucaristía en forma de Viático, ya que es Ella la verdadera Pasarela al Cielo, y la que nos transporta desde lo caduco y pasajero de este mundo a lo real y eterno que nos ofrece Dios, a la Vida Eterna. De modo que la Esencia, Fuente y Sustento de la eficacia y razón de ser de este sacramento está también en la Eucaristía, la cual lo lleva a su plenitud.
3.5. Sacerdocio. El Sacramento del Orden nació ligado a la Eucaristía, de Ella procede, y en Ella tiene su centro y su fin. Sacerdocio y Eucaristía se puede decir que son casi una misma cosa, una sola realidad, inseparables. El Sacramento del Orden nace de la Eucaristía misma, porque haciéndose Jesús Eucaristía el Jueves Santo, es como proveyó a sus futuros sacerdotes del objeto y propósito de su misión. De manera que el Sacramento del Orden también se realiza, se alimenta y sustenta del Sacramento de la Eucaristía, el cual va haciendo a cada cristiano partícipe del Supremo Sacerdocio de Jesucristo y le prepara para alcanzar, si así es voluntad de Dios, la plenitud del sacerdocio ministerial realizado en representación de toda la comunidad.
3.6. Matrimonio. El Matrimonio católico es una realización en el plano natural y humano del verdadero Matrimonio que Dios espera y quiere con las almas, Él es nuestro verdadero Esposo, el Esposo eterno del alma, al cual nosotros estamos prometidos desde el Bautismo, y cuyas Bodas con Él celebraremos eternamente en el Cielo. Esta unión del alma con Dios, se vive y se consuma ya en la Tierra, en cada Comunión Eucarística, el cual es el verdadero Banquete de Bodas del cristiano, y la consumación anticipada de sus Bodas Eternas. Por ello, el Sacramento del Matrimonio tiene también en la Eucaristía, su fuente y su razón de ser, y su fin; y también su misma eficacia, ya que es la Eucaristía la plena y perfecta realización del Matrimonio, y la Verdadera Alianza Matrimonial Eterna de la que es imagen.
4. Cohabitación sobrenatural con Jesucristo en la Eucaristía
4.1. Nosotros también estamos con Jesucristo en la Eucaristía. En la Eucaristía está Jesucristo, sí, pero en Él estamos también nosotros, Él mismo lo prometió (Jn 6,56; 12,26; 14,3; 17,24). Nuestra presencia con Él en la Eucaristía es fruto de la Gracia Santificante (es imprescindible estar bautizados y confesados). La propia Iglesia católica enseña que en la Eucaristía vivimos anticipadamente la unidad de todos con Dios en el Cielo, nuestra realización plena en Él (CIC 1323, 1326, 1331, 1340 y 1402). Nosotros participamos de su Presencia porque Él así lo quiere; Él es la Vid, nosotros sus sarmientos, que no tendríamos vida sin Él; Él es la Cabeza, nosotros sus miembros, que no pueden vivir separados de Él. Allí donde está Él estamos nosotros sobrenaturalmente unidos, porque en esto consiste la Gracia Santificante, en compartir con Él un mismo Espíritu, que nos cohesiona haciendo de toda la Iglesia un solo Cuerpo del que Jesucristo es la Cabeza.4.2. Nuestra presencia con Jesucristo en la Eucaristía es de tipo sobrenatural angélico. Jesucristo mismo lo dijo, que en el Cielo seremos como los ángeles (Mt 22,30), pero es que la Eucaristía es el Cielo, anticipado en la tierra, y allí ya somos lo que seremos, y en Él está la imagen de lo que un día vamos a ser, espíritus angélicos que le acompañan donde quiera que va y está: allí a donde va el Cordero, vamos nosotros con Él.
4.3. Nuestra presencia con Jesucristo en la Eucaristía es proporcional a nuestro grado de gracia y de purificación. Cada alma está con Él en la Eucaristía, o participa de su Presencia Eucarística, en el mismo grado de su gracia, de sus méritos, de su pureza, de su perfección cristiana, de su purificación, de su santidad. No todas participan de su presencia en igual grado.
4.4. Comulgamos y nos comulgamos. Como consecuencia de ello, de nuestra cohabitación sobrenatural con Él en la Eucaristía, cada vez que recibimos a Jesucristo recibimos en Él y a través de Él a todas las demás almas unidas a Él por la Gracia. Donde va la Cabeza va el cuerpo con Él, donde va la Vid van sus sarmientos. Recibir a Jesucristo implica recibir y amar todo cuando es de Jesucristo y le pertenece a Él; es decir, a todas las almas que constituyen sus hojas y sus ramas, del Gran Árbol de la Eucaristía, cuya Tierra de la que se alimenta es Dios Padre, cuya Raíz que penetra en la Tierra y saca de ella la Savia es Jesucristo y cuya Savia es Dios Espíritu Santo, cuyas ramas de primer nivel son los doce Apóstoles, cuyas ramas de segundo nivel son los obispos, y las de tercer nivel los sacerdotes, cuyas flores son los santos y santas y las vocaciones, y cuyos frutos que llevan en su seno las semillas son los mártires (imágenes del Supremo Mártir Jesucristo). Todas las almas en gracia santificante son las hojas de ese Árbol maravilloso del Amor Divino que es la Iglesia. No podemos comulgar a Jesucristo y dejar fuera todo lo demás, es sencillamente imposible, y contrario al mismo Amor de Dios, sino que quien recibe a Jesucristo tiene que recibir consigo a toda la Iglesia Universal del cielo, y del purgatorio y de la tierra.
5. En relación con todas las almas en Gracia Santificante
5.1. Almas del Cielo. Las almas del Cielo participan ya totalmente de la presencia de Jesucristo en la Eucaristía, pero cada una en el grado que mereció y Dios le concedió, no todas en el mismo grado. Tengamos en cuenta que cada alma alcanza cuanto espera en Dios, según de grande sea su fe y su amor y esperanza, tanto alcanzará. Dios nunca pone límites al alma, Él nos quiere dar todo, pero es a menudo nuestra poca fe, nuestros pecados, el tiempo no debidamente aprovechado, la falta de oración, el no haber aceptado las oportunidades de santificación que Dios nos dio porque nos parecieron excesivamente dolorosas o humillantes, etc., lo que termina por establecer nuestro techo en la Gracia de lo máximo que logramos alcanzar. Por ello, aunque cada alma alcanza en Dios todo cuanto espera, no era todo lo que podía esperar, sino lo que se atrevió a esperar y pudo esperar. Cuanto más ora un alma, cuanto más santamente vive, cuanto más confía en Dios, tanto más alcanzará, y su unión eterna con Dios será más plena. Cada vez que comulgamos, recibimos y comulgamos a todas las almas del Cielo, todas sin excepción están con Él allí donde Él está, en la Eucaristía como en el Cielo y en el Cielo como en la Eucaristía. Ahí se incluyen a nuestros seres difuntos que ya alcanzaron el Cielo, están totalmente purificadas y unidas con nosotros a través de Jesucristo en la Santísima Comunión.5.2. Almas del Purgatorio. Estas almas también participan ya de la Presencia Eucarística de Jesucristo, pero no aún de manera plena, sino parcial, ya que aún hay en ellas residuos de sus antiguos pecados que les impiden amar en plenitud y alcanzar así la unión plena con Jesucristo: son antiguos afectos pecaminosos de los que es difícil librarse y requieren una lenta purificación y aprendizaje. Hay personas que piensan que las almas del Purgatorio están totalmente separadas de Dios, y eso es falso: están muy unidas a Dios, pero no totalmente, sino de manera incompleta e imperfecta; unas están unidas en mayor grado y otras en grado inferior, pero todas participan ya de Dios; las únicas almas que están totalmente separadas de Dios son las del Infierno, las que se condenaron. Una sola alma del Purgatorio está ya más unida a Dios, y más cerca de Él que ninguna alma de la tierra, pues ya no pecan, mientras que nosotros aquí en la Tierra seguimos pecando. Por todo eso, en el momento de comulgar recibimos también a todas las almas del Purgatorio, pero en mayor grado a las que recibimos conscientemente porque las conocemos, como puede ser el caso de los familiares y conocidos difuntos. Debemos comulgar siempre a las almas del Purgatorio ya que ellas son las almas más necesitadas de nuestra Comunión y la Eucaristía es el Medio más poderoso para unirlas a Dios definitivamente. HAZ CLIC AQUÍ para saber más sobre esto.
5.3. Almas de la Tierra bautizadas y confesadas (en Gracia Santificante). Estas almas participan ya de la Presencia Eucarística de Jesucristo, cohabitan con Él, por efecto de la misma Gracia, por medio del Espíritu Santo, que nos convierte en una unidad con Él, un solo Cuerpo, del que Jesucristo es la Cabeza y nosotros sus miembros, Él es la Vid y nosotros sus sarmientos, distintos de Él pero unidos con Él e inseparables de Él. Sin embargo, como almas aún en aprendizaje y combate espiritual, apenas estamos empezando nuestro camino y nos queda aún mucho por caminar, pero ya estamos en él y formamos parte de él. La Gracia Santificante (el Bautismo y la Confesión) nos hace formar parte del Reino Eucarístico de Jesucristo y cohabitar con Él en la Eucaristía; pero el pecado mortal nos vuelve a separar de Él, mas la Confesión nos restaura a nuestro verdadero hogar eucarístico. Cuando comulgamos las recibimos siempre, muy en especial aquellas almas que recibimos más conscientemente. Ahí unimos en primer lugar al Papa, a nuestro obispo y sacerdote, y a todas las demás almas que conocemos.
6. Caso especial de la Santísima Virgen María
6.1. La Virgen María es la criatura más unida a Jesús en la Eucaristía de cuantas existen. La Virgen María cumple, con más méritos y perfección que nadie, las condiciones para estar con Jesucristo en la Eucaristía. Y está, de hecho, en mayor grado que nadie, en toda la perfección y plenitud que ninguna alma pudo ni puede alcanzar jamás. En virtud especialmente de su Inmaculada Concepción, que la preservó de todo pecado desde su concepción y durante toda su vida, Ella participa de Dios en un grado máximo, ilimitado, que ningún ser humano puede alcanzar ni comprender, y ni los más atrevidos enamorados de la Virgen María se han atrevido aún a expresar. De modo que la unión y participación de María con su Hijo, en el Cielo y en la Eucaristía no conoce límites, es ABSOLUTA Y TOTAL. Siempre que comulgamos a Jesucristo, en Él y con Él viene la Santísima Virgen María; saberlo y comulgarla con fe y conciencia llena de Amor y Alegría su Inmaculado Corazón y, aún más, el Corazón del Hijo viendo que su Madre es honrada como Él quiere, ante Él, como Reina de la Eucaristía a su derecha. Para saber más sobre esto HAZ CLIC AQUÍ.
6.2. La Virgen María está en la Eucaristía con Jesús con su humanidad glorificada. Pero la Virgen María tiene un privilegio muy especial que ninguna otra criatura tiene, y es que al ser llevada al Cielo en cuerpo y alma, ella está así en el seno de su Hijo, humana pero glorificada. Glorificada significa que ha sido inmersa y asumida por la Divinidad de Jesucristo, transformada y divinizada en Él en el grado máximo que Dios puede conceder a una criatura. Por tanto, y como el Jesucristo del Cielo y el de la Eucaristía, son uno y el mismo, la Virgen María también fue asunta en cuerpo y alma a la Eucaristía y, en cada Hostia Consagrada, junto al Cuerpo y Sangre, Alma, Humanidad y Divinidad de Jesucristo, inmersas en Él y por su sola gracia y voluntad, están también el cuerpo y sangre, alma y humanidad de su Santísima Madre, su humanidad glorificada (divinizada) en Él, asumida por Dios e incorporada a Él como el Océano absorbe todas las aguas de un río, apropiándoselas y haciéndolas suyas para siempre.
7. En relación con las almas no bautizadas o en pecado mortal
7.1. Almas de la Tierra aún no bautizadas o bien en pecado mortal (sin confesarse). Las almas sin bautizar no están aún injertadas en el Cuerpo de Jesucristo, que es la Eucaristía y, por extensión, toda la Iglesia, unida con Él por medio del Espíritu Santo y de la Comunión Eucarística. Las almas en pecado mortal, en cambio, fueron injertadas pero, el pecado mortal, las ha separado de Él como se desgaja una rama de un árbol, y se hace preciso volver a injertarlas mediante el Sacramento de la Reconciliación. Sin embargo, todas estas almas reciben parte de la Luz o Gracia Eucarística de Jesucristo, no están con Él pero aún así les llega parte de su Luz, ya que sin ella no tendrían esperanza de conversión y salvación, no podrían encontrar el Camino. Es como el sol, que aunque esté lejos, llega su luz a todos, buenos y malos, almas en Gracia y almas en pecado, incluso a los extraños. Para estas almas es imprescindible la acción de la Iglesia, especialmente con la celebración de la Misa, pero también es necesaria la oración de los fieles, muy en particular en el momento de comulgar, haciéndolas presente espiritualmente en la Eucaristía, para que Dios las ilumine en su camino de vuelta a la Gracia o, en su caso, para el encuentro del Bautismo. Debemos comulgarlas también a ellas de manera intercesora, espiritual, como acto de oración e intercesión a su favor ante Dios. Estas almas no participan de la presencia eucarística, porque el pecado o bien la ausencia de Bautismo las tiene separadas, pero al tú comulgarlas las traes ante esa Presencia, las haces realmente presentes transitoriamente e intercesoriamente, lo cual es la más poderosa oración que puedes hacer a su favor. Al comulgar estas almas tú puedes estar siendo el responsable de su salvación y, aquí en este mundo, no puedes aún ni sospechar la recompensa eterna que Dios te puede dar por ese acto de caridad. El recibir y comulgar almas no bautizadas, puede tener el efecto de un bautismo de gracia provisional, realizado en el Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que las conduzca poco a poco a poder recibir el Bautismo Sacramental. Incluso es posible, y solamente Dios sabe, si el haber uno de nosotros comulgado y por tanto bañado en el Cuerpo y Sangre de Jesús una de estas almas no bautizadas le valió ante Dios el Bautismo de Sangre por la vía extraordiaria (por efecto y méritos de las obras de la Iglesia en la Santa Misa y por el Cuerpo y Sangre de Jesucristo) y, por tanto, su entrada en el Cielo.
8. En relación con las almas del Limbo
8.1. Las almas del Limbo son las que mueren antes de ser bautizadas sin culpa de su parte. Estas almas no tienen causa para ser condenadas, pero tampoco pueden ser salvadas por la vía ordinaria debido a que no han recibido el Sacramento del Bautismo. Son, por ejemplo, las almas de todas las personas que, habiendo vivido y obrado de buena voluntad, sin culpa ante Dios, o que bien obtuvieron de Dios su misericordia y su perdón en virtud de tales o cuales méritos que sólo Dios conoce, Dios no las condena, pero precisa para ellas una vía extraordinaria de salvación. También es el caso de los bebés abortados antes de ser bautizados.
8.2. Todas estas almas podemos y debemos recibirlas en la Comunión Eucarística, sumergiéndolas en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo que estamos comulgando. No están allí pero nosotros las traemos, momentáneamente y espiritualmente, para consagrarlas al Cuerpo y Sangre de Jesús. Al nosotros traerlas por nuestra fe, oración y ruego ante Dios, y bañarlas en nuestra Eucaristía que estamos comulgando, Jesucristo puede aceptar ese ofrecimiento como Bautismo extraordinario realizado en su Cuerpo y en su Sangre, y salvarlas y que les valga su entrada en el Cielo con Dios. Esto está ya dentro del Misterio de Dios (no podemos saberlo a ciencia cierta) pero el cual, siendo infinitamente misericordioso, no dudará en escuchar tu ruego, muchísimo más cuando es realizado por medio de la intercesión del Cuerpo y la Sangre de su Hijo. Yo, personalmente, tengo la fe que así es, lo creo y lo vivo, pero eso ya entra dentro de tu libertad individual.
► ¿Quieres aprender cómo vivir todo esto en la práctica en la Comunión Eucarística? Haz clic AQUÍ.
Yo, David, soy el autor de este mensaje de nuestra presencia y cohabitación con Jesucristo en la Eucaristía